miércoles, 14 de marzo de 2012

La secretaria 'suicidada'

La ayuda a un familiar de su jefe, llegado de la India, dio un fatal giro a su vida. Al final se produjo la tragedia.


Hortensia Rodríguez Caravaca tenía 21 años y, desde hacía cuatro, era la eficiente secretaria de la empresa Solax que tenía tres oficinas en la planta 14 del Edificio España, en Madrid. Su propietario era un comerciante hindú dedicado a la exportación e importanción de objetos de arte de su país, cámaras fotográficas, tomavistas y transistores. El jefe tenía plena confianza en su secretaria, tanto que, en sus frecuentes viajes al extranjero, la dejaba como única responsable al frente del negocio.
La mañana del 17 de junio de 1981, el propietario de la empresa salió de viaje hacia Estados Unidos. A las seis y media de la tarde, el cuerpo de Hortensia caía desde la planta 14 a la calle y se estrellaba sobre la acera tras haberse abierto casi en canal, al chocar contra una valla de protección de una obra que se estaba realizando en los bajos del edificio. El impacto que produjo la caída desde cuarenta metros de altura fue tremendo.
Unos obreros taparon el cadáver con una manta, a la espera de que la autoridad ordenase el levantamiento de aquella joven que, desde un principio, se consideró una suicida. Fue identificada pronto por un hindú que se acercó al grupo de curiosos y dijo que la conocía, porque era la secretaria de la empresa donde él trabajaba; luego diría a los policías que sabía dónde estaba empleado el novio de Hortensia. Trabajaba allí, cerca de la Plaza de España, y se prestó a acompañarles para darle la triste noticia.
Aquel muchacho hindú de quince años, muy impresionado por lo ocurrido, comentó que precisamente había estado hablando con ella en la oficina, esa misma tarde, y la encontró normal, que no podía comprender por qué, a los pocos minutos de despedirse, había decidido suicidarse.
Tres semanas después, gracias a una ejemplar investigación realizada por el Grupo de Homicidios de la Comisaría Universidad, se sabría que aquello se trataba de una asesinato.
Antes de explicar cómo se resolvió el misterioso suicidio, debo decir que cinco meses antes de la muerte de Hortensia, llegó a Madrid, procedente de Bombay, un chico de quince años que era pariente del propietario de la empresa, y éste le proporcionó trabajo en su almacén. El muchacho quería estudiar también, pero tan sólo pudo hacerlo durante tres meses, debido a que su horario de trabajo no se lo permitía. Como tampoco conocía nuestro idioma y se encontraba muy solo, Hortensia, que sentía compasión por él, le dio el cobijo de su amistad, ya que podía entenderse con él en inglés. Le presentó a su novio, con quien iba a casarse pronto, y el joven hindú, fornido, agradable y, al parece, buena persona, no volvió a sentirse solo. Salía de paseo con la pareja, a merendar, a conocer Madrid... Pero desgraciadamente, aquel amigo resultó ser un bribón desagradecido y asesino.
Cuando los policías entraron en la oficina de Solax, en su primera inspección ocular, vieron manchas de sangre en la moqueta y que los papeles que había sobre la mesa estaban en desorden, así como el mobiliario; además encontraron un paraguas con la punta doblada y sospecharon que Hortensia podía haber sido atacada. En consecuencia, avisaron al propietario de la empresa, quien regresó urgentemente de Estados Unidos y comprobó que en la caja de caudales de la que disponía su secretaria para efectuar los pagos que se presentasen durante su ausencia, faltaban unas 200 mil pesetas. Entre los sospechosos, el preferido llegó a ser el hindú de quince años que, muy afectado por la desgracia, se había presentado en el Instituto Anatómico Forense para dar el pésame a la familia de la muchacha. Al efectuar un registro en la vivienda del muchacho, la policía encontró 211 mil pesetas en dos paquetes de billetes, como Hortensia solía guardarlos. Esta y otras pruebas obtenidas por los investigadores determinaron la detención del mozalbete doce días después de haber cometido el crimen. El joven declaró que aquella tarde había ido a la oficina a recoger unos papeles y llevarlos al almacén, que se encontraba en una calle cercana. Cuando volvió por tercera vez, encontró a la secretaria sola en el despacho, y fue sorprendido por ella cuando trataba de apoderarse del dinero, por lo que luchó con ella y la golpeó en la cabeza con el paraguas hasta que la dejó inconsciente: después cogió su cuerpo y lo arrojó por la ventaba a la calle.
Inmediatamente, el criminal se apresuró a coger el dinero, para salir rápidamente de la oficina. Pero el chico, que era muy joven y perverso, aunque no tonto, pensó que necesitaba buscarse una coartada y decidió volver al almacén para hacer la llamada telefónica que, como él sabía bien, no podría ser atendida. El propietario de la empresa se arrepentirá toda su vida de haber dado trabajo al muchacho que le dejó sin la mejor secretaria que había tenido.


Por Margarita Landi

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