Rex estaba tendido boca abajo sobre la pizarra gris caldeada por el sol encima de la cascada y vigilaba la cabaña del remanso. La luz del sol hacía bailar diamantes en el agua. La mano que agarraba la culata del rifle le sudaba. Aunque él no pudiera verles, sabía que Harvey se hallaba allá abajo con Teresa.
El se encontraba al borde mismo del saliente de pizarra, una verdadera atalaya. La cabaña estaba cerca del fondo de la cascada, una caída vertical de treinta metros. El seguía creyendo que lo hacia por amor.
El rugido de agua torrencial golpeando las rocas del fondo rompía el silencio.
Como la culata del rifle tocaba el agua, él lo movió para apoyarlo sobre la pizarra. Era un rifle automático alemán con un cargador para treinta cartuchos. Su alcance útil era de unos trescientos metros, de modo que Rex Booth sabía que podía crucificar a Harvey Thrum sin mayor inconveniente. De cualquier forma, él era un tirador de primera. Y adoraba este rifle. Era un arma endiablada y él había limado el gatillo con sumo cuidado y de tal manera que un simple roce podía hacerle funcionar tiro a tiro o en régimen automático. Sólo necesitaría una bala, pero tendría veintinueve de reserva por si acaso.
La cabaña tenía una sola puerta, la del frente, a plena vista y bajo un pequeño porche. Junto a la cabaña había dos coches: el MG rojo de Teresa y el Cadillac de Harvey Thrum. Rex supo que Harvey se encontraba en la cabaña. Con Teresa.
La cólera lo enloqueció, casi con temor, pero procuró reprimirse. Siguió boca abajo sobre la pizarra, aferrando el rifle alemán, esperando. El odio y el miedo le acometieron feroces.
Trató de calmarse. No pudo.
- Me alegra ver que ya no vas por ahí con Teresa - le había dicho Harvey la noche pasada-.
- Teresa me dijo que tú y ella habíais tarifado. Ella lo está tomando endiabladamente bien.
- ¡Ah! - acertó a murmurar.
Aquello había sido todo cuanto se le ocurriera decir. Teresa y todo ese dinero que le dejase su hermano, quien se había suicidado.
Su hermano había controlado la inmensa fortuna familiar, convirtiéndose en un mago de Wall Street. Todo había ido a Teresa. Rex se había creído situado para siempre. "Yo amaba a Teresa", se dij a sí mismo. Ella representaba todo lo que un hombre puede desear para sí. Dinero. Una rubia espléndida. Seguridad. Y ella correspondía a su amor.
Entonces, Harvey Thrum soltó la bomba.
¡Ah, si! el lo había presentido en Teresa. Un aplomo frío, perturbador, una calidad abstracta que lo había trastornado. Pero se había convencido a sí mismo de que lo tenía hecho.
- Ella está allá arriba, en la cabaña - inició Harvey.
- ¿Si?
- Yo subiré mañana - dijo gesticulando sonriente, ancho y fornido, brillantes ojos oscuros, pelo negro y hoyuelo en el mentón -. El hecho es que Teresa y yo nos hemos estado viendo con mucha frecuencia. - Rió entre dientes-. Ahora,todo está a la vista, ¿no? Todo ha sido correcto, ¿verdad? Y, por cierto, tú lo estás tomando con mucha ecuanimidad.
- Es como un convenio - se oyó decir a sí mismo.
- Así es como debe ser.
- Sí. No funcionaba.
- Hay que madrugar mucho para tratar con Teresa. Escucha... más vale que te lo revele. Nos hemos propuesto llegar hasta el final.
Rex tomó un trago.
- ¡Cómo! ¿Nada de felicitaciones?
- ¿Qué quieres decir?
- Vamos a casarnos, amigo.
- ¿No es algo precipitado?
- Nos hemos visto mucho estos últimos tiempos, Rex. Yo sabía que tú lo comprenderías.
El siguió tendido sobre la pizarra vigilando aquella cabaña. El lo comprendía, ¡vaya que sí! Y también le gustaría no estar todo el tiempo pensando en el dinero. Pero, ¡qué diablos! El había sido un gorrón toda su vida ¿o no? ¿Permitiría que se le escurriera de entre los dedos una cosa semejante?
Siguió tendido allí, con la barbilla apoyada en el puño. Había rocas bajo el agua. Un guiño brillante captó la mirada de Rex. El hundió la mano en el agua helada y cogió una piedra pequeña. Algunas partes de ella despidieron un maravilloso reflejo dorado al sol devastador.
Pirita de hierro. El oro de los locos. Seguro. El la recordaba de su niñez, y también lo mucho que había significado para él en aquellos días. Lo malo era que no tenía valor alguno. Y, no obstante, siempre le había fascinado. Verdaderamente, no tenía ninguna aplicación excepto la de un cristal en los aparatos de radio.
Apretó la culata del rifle con los dedos húmedos y bajó la mirada hacia la cabaña.
Matar a Harvey, eso era lo principal. Si lo hacía así, podría volver con Teresa. El pensó en las infinitas veces que había subido a aquella cabaña con ella para verla trabajar con sus cuadros. Era buena pintora, incluso él lo sabía aunque no acertase a distinguir una obra de arte de una viñeta. Pero había algo. Sus pinturas hacían sentir cosas.
El había ido a ver a Teresa.
- Comprendo que yo debería habértelo revelado - dijo ella.
- Pero, Teresa...
- Estoy intentando decirte que lo siento mucho, Rex. ¿No puedes metértelo en la cabeza? Yo debería habértelo comentado. Pero no pude, porque tú eres tan...
- ¿Tan qué?
- ¡Oh, no lo sé!
Entonces, ella se le acercó mucho. Llevaba un vestido estampado sutil. El vaporoso tejido le rozó la mano y él pudo sentir el olor de ella, y eso le causó un estremecimiento. Vio que iba a perderla, y en aquel instante, mientras ella le hablaba, supo que mataría a Harvey.
- He de confesarte, Rex, que Harvey Thrum me causa una sensación indescriptible. Estoy atrapada. No puedo evitarlo. Intenta comprenderme. Si no fuese por Harvey, nosotros dos seguiríamos juntos para siempre.
- Pero está Harvey - dijo él.
- Sí.
- ¡Por Cristo, Teresa!
- Lo siento.
Y él se había marchado.
Siguió tendido sobre la pizarra, vigilando la cabaña, y un estremecimiento le recorrió el cuerpo. Quería disparar a Harvey en la cabeza, eso era todo. Y los dos salieron por aquella puerta.
Esta se abrió y Teresa atravesó el porche corriendo; entonces, continuó por el pequeño patio, bordeando el estanque debajo de la cascada. No cesaba de reír.
El vio a Harvey. Teresa se volvió y corrió por la senda que ascendía bordeando la cascada, a través del bosque, y luego regresó corriendo hacia la cabaña mientras que Harvey bajaba del porche. Casi chocó contra él, y se detuvo.
Harvey dijo algo y gesticuló sonriente.
Rex apoyó el rifle con sumo cuidado y apuntó.
Harvey Thrum levantó la vista y la dirigió hacia la cresta de la cascada. Estaba mirando a Rex directamente y el punto de mira quedó clavado en su rostro. Rex levantó apenas el cañón, lo apuntó sobre aquella frente ancha y oprimió el gatillo.
El rifle escupió y Harvey se desplomó cual una roca. Teresa chilló. Luego la vio correr hasta el hombre caído y retorcerse las manos. Girando sobre sí misma, la muchacha emprendió la carrera por el sendero.
Rex sintió un júbilo exultante. Sólo se le ocurrió pensar que ella era suya otra vez. Siguió con la vista su presurosa carrera por el sendero. El tenía que salir de allí. Entretanto, el rifle había resbalado por el borde de la pizarra cayendo al agua. El se incorporó, medio arrodillado y vio la culata sumergida. Lo que no pudo ver fue la raíz en forma de dedo introducida en el guardamonte. Entonces, tiró el rifle al tiempo que se ponía en pie. La salva de fuego hiriente del rifle levantó ecos en la tarde, un tartamudeo brutal. Las postas siguieron una línea destructiva desde el abdomen de Rex Booth hasta su frente. Cayó con los brazos y las piernas abiertos entre la pizarra y el agua.
Así lo encontró Teresa.
Por Gil Brewer
domingo, 11 de marzo de 2012
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