lunes, 19 de marzo de 2012

El campesino astrólogo (Italia)

Un rey había perdido una anillo precioso. Buscó por aquí, por allí, pero el anillo no apareció. Hizo promulgar un bando: si algún astrólogo podía decirle dónde estaba, lo haría rico para toda la vida. Había un campesino que no tenía un centavo, que no sabía ni leer ni escribir, llamado Cámbara. "¿Sería muy difícil ser astrólogo?", se dijo. "Probemos". Y fue, sin pensárselo, a ver al rey.
El rey le tomó la palabra y lo encerró en un aposento para que estudiara el caso. En el aposento sólo había una cama y una mesa con un gran libraco de astrología, y papel de carta y tinta. Cámbara se sentó a la mesa y empezó a hojear el libro sin entender nada y a hacer garabatos con la pluma. Como no sabía escribir, le salían signos muy extraños, y los criados que entraban dos veces al día para llevarle de comer pensaron que debía ser un astrólogo muy sabio.
Eran los criados quienes habían robado el anillo y, como tenían la conciencia sucia, las miradas que les lanzaba Cámbara cada vez que entraban, para darse aires de hombre autoritario, les parecían miradas de suspicacia, que les hacían sospechar. Empezaron a temer ser descubiertos y jamás concluían con sus reverencias y atenciones: "¡Sí señor astrólogo! ¡Lo que usted mande, señor astrólogo!"
Cámbara, que no era astrólogo, sino campesino, y por lo tanto malicioso, no había tardado en sospechar que los criados sabían algo del anillo. Y urdió una trampa para hacerlos caer. Un día, a la hora en que le traían el almuerzo, se ocultó bajo la cama.
Entró el primer criado y no vio a nadie.
- ¡Uno! - gritó Cámbara desde abajo de la cama. El criado dejó el plato y se retiró espantado.
Entro el segundo criado y escuchó esa voz que parecía venir de debajo de la tierra: 
- ¡Dos!
También emprendió la fuga.
Entró el tercero:
- ¡Y tres!
Los criados se consultaron:
- Nos han descubierto. Si el astrólogo nos acusa ante el rey, estamos perdidos.
Decidieron hablar con el astrólogo y confesárselo todo.
- Somos gente humilde - le dijeron -, y si le decís al rey que nos habéis descubierto, será nuestra perdición. Os entregamos esta bolsa de oro: os rogamos que no nos traicionéis.
Cámbara tomó la bolsa y dijo:
- No os traicionaré, pero haced lo que os voy a decir. Tomad el anillo y hacédselo tragar a ese pavo que anda por el patio. Dejad el resto de mi cuenta.
Al día siguiente Cámbara se presentó ante el rey y le dijo que, tras prolongados estudios, había logrado averiguar el paradero del anillo.
- ¿Y dónde está?
- Se lo tragó el pavo.
Despanzurraron el pavo y encontraron el anillo. El rey colmó al astrólogo de riquezas y ofreció un banquete en su honor, con todos los condes, marqueses, baronoes y notables del reino.
Entre otros manjares, se sirvió un plato de cámbaros. Ahora bien, en esa región no se conocían los cámbaros y era la primera vez que lo veían.
- Tú que eres astrólogo - le dijo el rey al campesino -, deberías saber decirme cómo se llama esto que hay en el plato.
El pobre no sabía nada de animalitos y nunca los había oído nombrar.
- Ah Cámbara, Cámbara. ¡Qué mal fin has tenido!
- ¡Muy bien! - dijo el rey, que ignoraba el verdadero nombre del campesino.
Lo has adivinado: ése es el nombre, ¡cámbaros! Eres el astrólogo más grande del mundo.


"Cuentos populares italianos" Italo Calvino. Volumen I y Volumen II. Ediciones Siruela.

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