Hacía meses que no veía a mi amigo. Mi matrimonio y mi vuelta a la medicina me tenían muy ocupado. Pero una noche, al regresar de visitar a un paciente que vivía cerca de Baker Street, no pude resistir la tentación de ir a charlar con él.
- Le sienta bien el matrimonio - dijo a modo de bienvenida -, veo que ha engordado. Llega en buen momento. Estoy seguro de que le gustará conocer el contenido de esta carta.
Me mostró una hoja de papel rosa sobre la mesa.
- La recibí en el último correo. No tenía fecha, ni firma, ni dirección. Decia: "Esta noche, a las ocho menos cuarto, irá a visitarle un caballero que desea consultarle sobre un asunto del más alto interés. Le ruego que lo reciba y no se tome a mal que vaya enmascarado".
- Esto sí que es raro. ¿De qué cree que se trata?
- Todavía no tengo datos suficientes. Pero sí no me equivoco aquí está nuestro visitante para aclarar las dudas.
Se oyeron unos golpes en la puerta.
- ¡Adelante! - dijo Holmes.
- ¿Recibió usted la carta? - preguntó el visitante con voz profunda y ronca, de fuerte acento alemán.
- Siéntese, por favor. Este es mi amigo, el doctor Watson. ¿Con quién tengo el honor de hablar?
- Puede hacerlo como si yo fuese el conde Von Kramm. Doy por supuesto que este caballero es discreto y puedo hablar en su presencia.
- Desde luego - respondió Holmes.
- Ustedes disculparán este antifaz, pero la augusta persona que me envía prefiere que sea así. Se trata de un asunto muy delicado, que podría comprometer seriamente a una de las familias reinantes en Europa. Hablando claro, está implicada la gran casa de Ormstein, dinastía reinante en Bohemia.
- Si su majestad se dignase a exponer el caso - dijo Holmes con cierta impaciencia - estaría en mejores condiciones para aconsejarle.
- Así que ha adivinado usted... sí, soy el rey - dijo, arrancándose repentinamente el antifaz - ¿Por qué habría de ocultárselo?
- Naturalmente, ¿por qué? Nada más empezar a hablar me di cuenta de que estaba tratando con Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de CasselFastein y soberano del reino de Bohemia.
- Pero comprenderá usted - dijo nuestro visitante - que no estoy acostumbrado a realizar personalmente esta clase de gestiones. Se trata, sin embargo, de un asunto tan delicado que no podía confiárselo a nadie. He venido de incógnito desde Praga con el propósito de hablar con usted.
- Pues consúlteme.
- He aquí los hechos brevemente expuestos: Hace unos cinco años, mientras me encontraba en Varsovia, conocía a la célebre... aventurera Irene Adler.
- Imagino - interrumpió Holmes - que su majestad escribió ciertas cartas comprometedoras a esa dama y ahora desea recuperarlas.
- Exactamente.
- Aún así, no creo que pudieran comprometerle.
- Existe una fotografía en la que aparecemos los dos.
- ¡Vaya, vaya!, su majestad cometió una indiscreción.
- Estaba fuera de mí, loco. Y era muy joven. Es preciso recuperar esa fotografía.
- ¿No podría comprársela?
- Se niega a vendérmela.
- ¿Y qué se propone hacer con la foto?
- Arruinarme.
- ¿Cómo?
- Estoy a punto de contraer matrimonio con Clotilde Lothman von Sax-Meningen, hija segunda del rey de Escandinavia. Quizá sepa usted que es una familia de principios muy estrictos.
- ¿Y qué dice Irene Adler?
- Amenaza con enviarles la fotografía. Y estoy seguro de que lo hará. Es fría como el acero. Es capaz de llegar a cualquier extremo antes de que me case con otra.
- ¿Está seguro de que no la ha enviado ya?
- Me aseguró que no lo haría hasta el día que se anuncie oficialmente el compromiso, y eso será el próximo lunes.
- Tenemos tres días para recuperarla. Supongo que su majestad permanecerá de momento en Londres.
- Desde luego. Me encontrará en el Langham, bajo el nombre de conde Von Kramm.
- Le enviaré unas líneas para informarle de cómo llevamos el asunto. ¿Cuál es la dirección de esa señorita?
- Pabellón Briony. Serpentine Avenue, St. John's.
- Otra cosa, ¿la foto era de tamaño grande?
- Así es.
- Entonces, majestad, buenas noches, espero enviarle pronto buenas noticias.
La tarde siguiente, a las tres, acudí de nuevo a Baker Street, como me había pedido Holmes. Pero mi amigo no estaba allí. El ama de llaves me dijo que había salido por la mañana muy temprano. Eran casi las cuatro cuando entró en la habitación un mozo de caballos, con aspecto borrachín y desaseado. A pesar de estar acostumbrado a la habilidad de mi amigo para disfrazarse, tuve que examinarle varias veces hasta convencerme de que era él.
- Estoy seguro de que nunca adivinaría qué he hecho esta mañana - dijo riéndose a carcajadas.
- No puedo imaginarlo, pero supongo que ha estado rondando la casa de la srta. Adler.
- Exacto. Esta mañana, vestido de esta guisa, me acerqué al pabellón Briony, pretextando que buscaba trabajo. Se trata de un precioso chalé. La puerta tiene cerradura sencilla, y hay un cuarto de estar con ventanas que alcanzan el suelo, fáciles de abrir hasta para un niño. Caminé alrededor de la casa y lo examiné todo detenidamente, aunque sin descubrir ningún detalle de interés. Luego me fui paseando calle adelante y, como esperaba, encontré unos establos en una travesía que corre a lo largo de una de las tapias del jardín. Eché una mano a los mozos de cuadra y me lo pagaron invitándome a comer y contándome todo lo que deseaba saber sobre Irene Adler.
- ¿Y que le dijeron de ella?
- Pues vera. Tiene locos a todos los hombres que viven por allí, todos coinciden en que es hermosísima. Lleva una vida tranquila, canta conciertos, sale todos los días en carruaje a las cinco de la tarde y vuelve a las siete. Salvo cuando tiene que cantar, es raro que haga otras salidas. Tiene pocas visitas, sólo acude a la casa a diario un hombre moreno, atractivo e impetuoso. Se trata del sr. Godfrey Norton, abogado, que reside en el colegio Inner Temple. ¿Es ella cliente de este hombre o su amante? Este punto es muy importante puesto que en el primer caso es posible que le haya entregado la fotografía, pero no así en el segundo. Estaba dándole vueltas al asunto cuando se detuvo delante del chalé un coche de caballos y bajó un caballero. Era, sin duda, el hombre del que me habían hablado. Permaneció en la casas media hora, y luego salió con mucha prisa. Miró el reloj con ansiedad y le pidió al cochero que corriera a Gross y Hankey, en Regent Street, y luego a la iglesia de Santa Mónica, en Edgware Road. Yo me estaba preguntando si no debería seguirle cuando un landó se detuvo frente a la puerta. Nada más hacerlo, Irene Adler salió corriendo de la casa, subió al carruaje y le dijo al cochero que fuera a toda prisa a la Iglesia de Santa Mónica. En ese instante vi acercarse un coche de alquiler, y sin darle tiempo al cochero a que se parara a pensar sobre mi aspecto, le prometí medio soberano si llegaba en cinco minutos a Santa Mónica. Una vez allí entré. No había un alma salvo los dos a quienes había venido siguiendo y un clérigo vestido con sobrepelliz. Estaban en el altar. Yo me instalé en un banco trasero, como si fuera alguien que había acudido a rezar, pero de pronto los tres se volvieron y se dirigieron a mí.
- ¡Venga, venga! - dijo el abogado - usted nos servirá
- ¿Qué ocurre?- pregunté, mientras me arrastraba hacia el altar
Antes de que tuviera oportunidad de protestar, me encontré actuando como testigo de su boda. La ceremonia apenas duró tres minutos. Fue la situación más absurda en que me he visto nunca. La novia me regaló un soberano, que llevaré en la cadena del reloj como recuerdo.
- Las cosas han tomado un giro inesperado. ¿Qué vamos a hacer ahora?
- Yo temí que se fueran juntos de allí de inmediato. Sin embargo, al salir de la iglesia casa uno cogió su coche.Ella le susurró: "pasearé, como siempre, a las cinco por el parque"; y no alcancé a oír nada más. Ahora, Watson, necesito tu colaboración. Son casi las cinco y es preciso que yo me encuentre a las siete de la tarde en el chalé de Irene Adler, para recibirla cuando vuelva de su paseo. Me gustaría que usted me acompañara y permaneciera escondido cerca de la casa. Pretendo montar algún incidente que obligue a que me lleven al interior de la casa. Pero usted no intervenga, pase lo que pase. Cinco minutos más tarde se abrirá la ventana del cuarto de estar y usted debe situarse cerca de ella. ¿Entendido?
- Entendido.
- Y cuando yo levante la mano arrojará usted dentro de la habitación algo que le daré, al tiempo que gritará ¡fuego!, ¿me sigue?
- Sí.
- Se trata de un cohete de humo, armado en sus extremos con sendas cápsulas para que se encienda automáticamente. Una vez que lo lance, debe marcharse al extremo de la calle. Yo acudiré diez minutos más tarde.
- Puede confiar en mí.
- Magnifico. Ahora debo caracterizarme para mi nuevo papel.
Al cabo de varios minutos, Holmes se presentó ante mi con el aspecto de un clérigo bondadoso y sencillo. Llegamos a Serpentine Avenue diez minutos antes.
- La fotografía es demasiado grande como para que ella la lleve habitualmente encima - dijo Holmes mientras esperábamos -. Sospecho que la guarda en algún lugar de su domicilio. Mire, ya llega el carruaje, tenga cuidado y cumpla mis instrucciones como le he dicho. Al detenerse el landó frente a la casa, un vagabundo corrió a abrir la puerta para ganarse una moneda, pero otro trató de hacer lo mismo y se enzarzaron en una disputa. Varios soldados que había cerca intentaron poner paz y un afilador que pasaba se sumó a la riña. Holmes se lanzó de lleno en medio y justo cuando la dama abría la portezuela, lanzó un grito y al instante su cara se tiñó de rojo. Al verlo, los soldados pusieron pies en polvorosa y los vagabundos hicieron lo propio, mientras que varias personas que habían presenciado la pelea sin intervenir acudieron a socorrerle.
- Está herido, no se le puede dejar tirado en la calle - dijo alguien -, ¿podría introducirlo en su casa? - añadió dirigiéndose a Irene Adler.
- ¡Desde luego! Pásenlo al sofá que hay en el cuarto de estar.
Desde mi puesto junto a las ventana pude observar cómo depositaban a Holmes en el sofá. Entonces saqué del bolsillo del gabán el cohete de humo, al ver que Holmes se había incorporado accionando como si le faltara el aire, ante lo cual una doncella corrió presurosa a abrir la ventana. En ese mismo instante levantó la mano y yo tiré el cohete al interior del cuarto, al tiempo que gritaba ¡fuego!, palabra que fue coreada por todos los presentes. Espesas nubes ondulantes inundaron la habitación y todo el mundo echó a correr afuera. Me deslicé entre la multitud vociferante y 10 minutos más tarde tuve la alegría de sentir que mi amigo deslizaba su brazo en el mío. Caminamos rápidamente y en silencio unos minutos, hasta alejarnos del lugar.
- ¿Tiene usted la fotografía?
- No, pero sé dónde está.
- ¿Cómo lo averiguó?
- Me imagino que se habrá dado cuenta de que todos los que estaban en la calle eran cómplices. Los contraté para que armaran la trifulca. La sangre no era sino pintura roja, como también habrá adivinado.
- Esos sospeché.
- Bien, el supuesto incendio era esencial, puesto que era indudable que ella trataría de salvar del peligro aquello que considerara más valioso. ¿Y qué, sino la fotografía? Esta se encuentra en un escondite que hay detrás de un panel corredizo, encima mismo de la campanilla de llamada. Pero al comprobar que se trataba de una falsa alarma, la dama volvió a colocarla en su lugar. Yo pensé en cogerla, pero en ese momento entró el cochero y me fue imposible.
- ¿Qué piensa hacer ahora?
- Mañana acudiremos a la casa con el rey. Nos pasarán al cuarto de estar mientras avisan a la señora, pero cuando ella se presente es probable que no nos encuentre ni a nosotros ni a la fotografía.
- ¿A qué hora iremos?
- Muy temprano, a las ocho de la mañana. Ella no se habrá levantado todavía de forma que tendremos el campo libre.
Habíamos llegado a Baker Street, cuando alguien dijo al pasar: "Buenas noches, Sr. Holmes"
- Yo he oído antes esa voz ¿quién puede ser? - dijo mi amigo sorprendido.
A la mañana siguiente, muy temprano, nos trasladamos junto con el rey al pabellón Briony.
- Irene Adler se ha casado.
- ¡Que se ha casado! ¿cuándo?
- Ayer.
- ¿Y con quién?
- Con un abogado llamado Norton.
El rey cayó en un silencio ceñudo y no volvió a hablar hasta que llegamos.
La puerta se encontraba abierta y vimos a una mujer anciana en lo alto de la escalera. Nos miró con ojos burlones y dijo:
- El sr. Holmes, ¿verdad?
- Soy yo - respondió.
- Me lo imaginé. Mi señora me dijo que probablemente vendría. Se fue esta madrugada con su esposo con destino al continente. Y aseguró que no tiene intención de volver nunca.
Ante esas palabras, Holmes se precipitó, seguido del rey, al interior de la casa. Todo estaba revuelto y tirado, como si aquella dama hubiera saqueado la casa antes de su partida. Mi amigo se dirigió de inmediato al escondite, metió la mano y extrajo un sobre. Había una fotografía, pero era sólo de Irene, en traje de noche, y una carta dirigida a Holmes, que decía: "Mi querido amigo, la verdad es que lo hizo usted muy bien. No sospeché nada hasta después del fuego, pero entonces al darme cuenta de que había descubierto mi escondite, me puse a pensar. Yo sabía que si el rey recurría a alguien, ése no podría ser otro que usted. Así que me disfracé de hombre (yo también he sido actriz) y le seguí hasta su casa. Entonces, no pude resistirme y le di las buenas noches. Luego me marché en busca de mi marido. Decidimos que lo mejor era salir del país. Pero el rey no debe temer por la fotografía. Estoy enamorada de un hombre que vale más que él. Así que está en libertad de obrar como le plazca, sin que yo se lo vaya a impedir, a pesar de que me hirió profundamente. Conservo sólo la foto a título de salvaguardia mía, como arma para defenderme de cualquier acción que él pudiera emprender contra mí en el futuro. En su lugar dejo esa otra fotografía, que quizá le agrade conservar."
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