Un campesino muy pobre soñó durante tres noches seguidas que debajo de una roca, cerca de su casa, estaba enterrado un tesoro. En aquel sueño él veía cómo salía de casa y se dirigía al bosque. Cerca de un río se encontraba una roca, allí había jugado de pequeño cuando iba al río a pescar con sus amigos. Debajo de aquella piedra llena de recuerdos era precisamente donde él encontraba su maravilloso tesoro.
Después de pensar mucho en ello se dijo: "Dicen que los sueños, a veces, son premonitorios. Por probar no pasa nada. Además, si el tesoro está debajo de la piedra, me convertiré en un hombre rico y podré por fin dar una vida feliz a mi mujer y mis hijos, que tienen que sufrir la amargura y el desconsuelo de la pobreza."
No dijo nada a nadie, ni siquiera a su mujer. Y al día siguiente, cuando la noche caía, cogió un pico y una pala y se dirigió al lugar que había visto en sueños. Levantó la piedra y comenzó a cavar. Enseguida, tropezó con algo duro y, esperanzado continuó excavando.
Al poco rato, se encontró con un gran saco repleto de lingotes de oro y piedras preciosas. No cabía en sí de gozo y, sin saber todavía qué iba a hacer con tanta riqueza, se echó el saco al hombro. Al llegar a su casa, se fue directo al establo, pensando que allí, entre las vacas, estaría bien escondido el precioso tesoro.
Su mujer estaba en la cocina hablando con unas vecinas, y él tuvo la paciencia y la precaución de esperar hasta que se fueran para hablarle de su maravilloso hallazgo.
- ¿Has escupido sobre el tesoro? - preguntó ella muy preocupada.
- No - respondió él.
- Pues has cometido una grave equivocación. Mi padre, que es un entendido en estos asuntos, dice que los tesoros suelen estar encantados y que, si no se tiene la precaución de escupir sobre ellos antes de abrirlos, pueden desaparecer por completo.
- ¡Bah! - Seguro que eso no son más que tonterías. Yo estoy convencido de que ahí dentro hay un tesoro, lo he visto con mis propios ojos y, además, lo he traído a hombros yo mismo. Ponte contenta, mujer, vamos a ser muy ricos, ese saco está lleno de oro y joyas. Luego se fueron los dos al establo, y vieron a las vacas muy asustadas, tirando de sus ronzales, desesperadas, como si quisieran huir.
- ¡Lo ves! - dijo la mujer.
- Los animales tienen miedo de lo que hay dentro del saco. ¿Acaso no has oído nunca que ellos son capaces de ver todas aquellas cosas que nosotros no vemos?
- ¡Déjate de fantasía! y fíjate en ese maravilloso saco que nos va a sacar de la pobreza. Por una vez que nos pasa algo tan maravilloso no creo que sea posible que desaparezca de repente. Y, además, te repito que yo ya vi lo que había dentro y, desde luego, no era malo en absoluto, te lo aseguro.
La mujer se acercó un poco y dio un grito.
- ¡Por todos los demonios! ¿Qué has traído aquí? Estoy segura de que dentro de este saco hay algo vivo, de tesoro, nada.
- ¡Cállate!, siempre tienes que aguarme todas las fiestas - dijo él.
- ¿Es que no ves que el saco se está moviendo?
El marido veía que el saco efectivamente se movía mucho, pero era muy cabezota y no quería darle la razón a su mujer.
- Puede que alguna rata se haya metido dentro, y por eso se mueve tanto.
- Mira, déjate de estupideces y abre el saco mientras yo me encomiendo a todos los santos del cielo para que nos protejan, porque estoy completamente segura de que ahí dentro se mueve algún bicho espantoso.
El marido cogió el saco y, poniéndolo derecho, lo apoyó en la pared. Las vacas comenzaron a mugir y a moverse todavía más inquietas y asustadas que antes.
Cuando el hombre desató el saco y lo abrió se quedó paralizado: ante él apareció la cabeza de una enorme serpiente. Sus ojos eran rojos y brillantes y despedían fuego como la boca de un dragón. El labrador y su mujer se quedaron mudos y paralizados de miedo.
La serpiente comenzó a desenroscarse y a salir del saco, moviendo una enorme lengua. Su cuerpo era tremendamente largo y parecía que no terminaba nunca. Comenzó a arrastrarse por el suelo del establo, bajo las patas de las vacas que no paraban de mugir nerviosas y de dar patadas.
El bicho continuó arrastrándose hasta que, trepando por una viga, fue deslizándose hacia el tejado y, despareció de repente. La pareja se miró perpleja. El saco, vacía, había quedado en el suelo del establo.
- Así que un tesoro, ¿eh? Buena la has hecho. Y todo por no hacer caso de los consejos de mi padre. Nunca quieres escucharme y, al final, soy yo la que tiene la razón siempre. ¡Venga! ¡Echa un poco de paja a las vacas y vámonos a casa! Porque soy muy buena, que si no te dejaba sin cenar nada esta noche.
A partir de ese día el hombre soñaba todas las noches con terribles serpientes que salían de un saco y se le enroscaban por su cuerpo. Las pesadillas fueron cada día a peor y la mujer decidió llevar a su marido a casa de su padre, para ver si él encontraba remedio que le dejara dormir bien.
El padre, que sabía que para poder disfrutar de un tesoro encantado había primero que descubrir la importancia que la salud y la alegría del amor tenían en la vida de cualquier ser humano, le llevó junto a la roca de sus sueños. Allí los dos rieron recordando la felicidad de un pasado de pobreza, pero lleno de amor. Desde aquel día el campesino nunca volvió a soñar con tesoros. Al fin y al cabo los tesoros los llevamos dentro de nosotros.
Cuentos escoceses - Stories short stories
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