La tarde duraba un año. Había huelga de maestros y Julia no sabía qué hacer con los chicos. Tenía un trabajo loco y el teléfono no paraba.
- ¡Coge el teléfono, Nacho! - gritó Julia desde la cocina.
- ¡Que lo coja mi hermana!
- Mira que eres mal mandado.
- Es que ahora no puedo dejar los cables, mamá. Estoy a punto de encontrar la conexión.
- ¿Qué dices? ¡Ay, Dios mío! ¿Qué estará haciendo?
Julia desenchufó el minipimer y entró al cuarto de estar como una centella. El teléfono sonaba insistentemente y la pequeña Juli se levantó de la alfombra donde, aplastada por una montaña de muñecos y cacharritos jugaba a imitar el mundo de su mamá.
La dulce y buena de Juli corrió a coger el teléfono.
- Anda hija - dijo Julia -, y si es Aurora le dices que venga en un ratito; que no puedo salir de casa.
En un rincón del cuarto de estar había una mesa blanca de poliéster. Sobre esta mesa el ordenador de Nacho. Justo debajo de la mesa emergía una cordillera de montañas de intenso y brillante verdor; un paraje ondulante de vías, túneles, cruces y semáforos. Era la maqueta del tren eléctrico. Al aire, entre la mesa y el suelo, un laberinto de cables uniéndolo todo como una telaraña metálica. De cada cosa inanimada, ya fuera vaca o montaña, prado o carretera, partía un cable al vientre del ordenador. Ensimismado, Nacho hacía empalmes con sus útiles de herramienta.
- ¿Se puede saber qué haces?, chilló su madre, asustada e histérica.
- Nada. Estoy haciendo una conexión automatizada entre el ordenador y la maqueta del tren.
- ¡Ay, Dios mío! - se desesperó Julia -, ¿por qué no puedes jugar como los otros chicos?
- Tranquila, mamá, sólo estoy jugando - dijo Nacho.
- ¡Ay! - gritó Julia, lastimera, a un auditorio inexistente - ¡No entiendo nada! Tiene un ordenador con montones de juegos de marcianitos. Y tiene un tren con montones de vagones, vías y máquinas. ¡Pues no puede jugar al tren con el tren, ni al ordenador con el ordenador!, ¡no, señor!, ha de ser con las dos cosas juntas para electrocutarnos a todos. ¡Cuando venga tu padre te vas a enterar!
- Mamá, tú si que no te enteras. Mi padre me llevó a un cursillo de electrónica informatizada el año pasado.
- ¡Tu padre y sus inventos! Total para no moverse del televisor, que parece que lo clavan. ¡Me vais a volver loca!
Un par de horas más tarde, llegó Aurora. Aunque los días empezaban a ser buenos, llevaba un costosísimo abrigo de pieles. Aurora era la mejor amiga de Julia y no tenía hijos.
- Ando muy destemplada - saludó -, realmente estuve por no venir. Fíjate, ni de pintarme los labios he tenido gana. Y es que me noto un bulto en el pecho, ya verás, toca aquí, ¿no lo encuentras?, bueno, a lo mejor se palpa mejor por la mañana.
Aurora vivía envuelta en sus propios escrúpulos como en una segunda piel. A ratos era abrumadora, siempre buscando por su cuerpo anomalías sólo existentes en su imaginación hipocondríaca. Julia propuso tomar el café en casa, puesto que no se atrevía a dejar solos a los chicos, sobre todo a Nacho.
- Por un lado no me importa - dijo Aurora -, pues no me encuentro muy bien y en casa siempre hay a mano una aspirina. Aunque reconozco que me hubiese gustado ir a la presentación de la nueva hidratante de Lovial. Según mi prima, van a regalar dos muestras por persona.
- Si quieres me cambio y vamos - dijo Julia tentada.
- ¡Ni hablar! Y que les pase algo a los chicos...
La cafetera cantaba en el fuego de gas y los biscotes crujían, calientes, en el horno. Se sentaron en la mesa de la cocina, en medio de una limpieza de quirófano. Allí estarían tranquilas. Julia sirvió el café en tazas de porcelana inglesa y preguntó:
- ¿Azúcar o sacarina?
- Ninguna de las dos cosas, hija - suspiró Aurora -, el azúcar engorda mucho y la sacarina me sienta mal.
- Como quieras. El café es descafeinado - aclaró Julia. Estaban saboreando el primer sorbo cuando apareció Juli abrazada a un muñeco grande y rosáceo, de apariencia carnosa, semejante a un bebé.
- ¡Mami!, va a salir ya.
- ¿Cómo lo sabes? - preguntó Julia.
- Por la música ... Vamos, mamá.
Se precipitaron ante el televisor. Una sugerente muñeca de aires de Barbarella decía:
- "¡Hola, Nancy!, soy Selene... ¡vengo de las estrellas!" Un mundo mágico se puso en un instante al alcance de Juli.
- "Sí, si, vengo de las estrellas" - repetía machaconamente.
- "¿Vais todas vestidas así?" - preguntaba Nancy -. "Pues aquí podrás ponerte mis vestidos".
En el canto del sofá Juli miraba hechizada, iluminada por los reflejos del aparato.
- Cuando tenga mi Selene jugaré de veras - dijo -. Me la comprarás, ¿verdad, mamá?
- ¿Qué quiere decir jugar de veras? - preguntó Julia.
- Pues jugar de veras es...¡pues es no jugar de broma!
- ¡Oooh! - Asintió Aurora -. Si no te la compra mamá, te la compraré yo. Y le haremos muchos vestiditos. ¿Qué te parece un trajecito de pastora?, con sus medias y sus zuequitos...
Juli balbuceó, consternada:
- Selene viene de las estrellas. No puede ir de pastora.
- ¡Ah! entonces de princesa. Le haremos un traje de princesa espacial, eso es.
- ¿Dónde está la princesa? - se carcajeó Nacho - ¡Yo sólo veo una enana espacial!
- ¡Ya salió! - dijo Aurora.
- ¡Enano tú! - replicó Juli, herida en sus más hondos sentimientos.
- ¿Qué tienes que decir de la muñeca, Nacho? - increpó Julia.
- Nada, era un decir - replegó Nacho su discurso.
- El caso es incordiar.
- ¿Quién ha visto de verdad a esa Selene? ¿eh?, di: ¿dónde la has visto?, ¡en la televisión! - Nacho, colérico, interrogaba a su madre -.
Pues yo la he visto en casa de mi amigo Oscar. Su hermana tiene una, y te digo que es una tontería. ¿Es que no ves que no sale ninguna niña en el anuncio? ¡así no puedes comparar!
En ese momento Julia estaba ya al borde del ataque de nervios. Incapaz de contenerse cogió a Nacho como pudo y comenzó a sacudirle una buena tanda de azotes. Atizaba donde bien venía, sin mirar. Pero, tras el primer desahogo, recordó con vergüenza las recomendaciones del psicólogo del colegio sobre la educación en la no violencia. Así que con un aire de víctima sublimada dio media vuelta y salió del cuarto de estar. Aurora la seguía llevando de la mano a Juli que, hecha un mar de lágrimas, arrastraba por el sueño al muñeco rosáceo.
Por Ani Rico.
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