domingo, 8 de abril de 2012

Sé que un día volverá

Tuve que volver a la cafetería. Otra vez había olvidado mi chaqueta en el respaldo de la silla. Alcancé a detener al camarero que se la llevaba. Mientras me la ponía, vi un rostro que me era familiar. Abrí y cerré los ojos varias veces, eché la cabeza hacia atrás en busca de mayor nitidez, pero no conseguí estar segura. Busqué rápidamente en mi bolso, pero cuando logré encontrar mis gafas, el rostro familiar ya había desaparecido. Curiosamente, también se había dejado su chaqueta sobre el asiento. Regresaría.
De pronto, me sentí melancólica y me senté en la barra a beber el segundó café doble del día. La chica que se había levantado era Inés. Lo sabía con el corazón. Habíamos sido tan amigas...
Lo extraño es que no hubo ningún hombre de por medio. Fue mucho más simple, nos alejamos lentamente, sin ni siquiera decirnos adiós. Nunca pensé que pasarían diez años sin vernos.
Me enfurece no saber qué ha sido de su vida. ¿Y si hubiera tenido un hijo? Yo aún no me he casado y no tengo en mente hacerlo.
¿Habrá hecho por fin medicina? Desde que teníamos diez años la oí decir que ella iba a hacer desaparecer el dolor de barriga de los niños, y, si le sobraba tiempo, también de los adultos.
Estoy deseando que Inés vuelva atrás, coja su abrigo y yo pueda saltar sobre ella y abrazarla, besarla, llorar de alegría y después preguntarle: "¿Nos comemos un tigretón y hablamos de nuestras vidas sentadas en la escalera de una cafetería?" Así fue siempre nuestra amistad, risueña, de grandes saltos, de comer chucherías en vez de fumar.
Supongo que deseo atrapar ese pasado que acabo de revivir. Sé que Inés volverá.
Inés era dulce. ¿Por qué un día ninguna de las dos volvió a coger el teléfono para saber de la otra? Quizá supimos retirarnos a tiempo.
Acaba de entrar. Como siempre, conserva la mirada triste y perdida, pero el paso es firme y seguro. En cuanto nuestra mirada se junte, las dos lloraremos como las dos niñas que éramos. Pero su mirada se detuvo en otros ojos, luego otros y otros, saltándose siempre los míos, evitándome descaradamente.
Sólo ha pasado un segundo. Y yo sigo sentada en la misma barra, comprendiendo perfectamente cómo es ahora la nueva vida de Inés.

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