miércoles, 11 de abril de 2012

El empleado del agente de bolsa

Desde que me casé apenas había visto a Holmes. Por tanto, me sorprendió cuando cierta mañana de junio se presentó en mi casa pidiéndome que le acompañara a Birmingham.
- ¿De qué se trata?
- Se lo contaré más tarde en el tren. Mi cliente espera fuera, en un coche.
Su cliente era un hombre joven, llamado Hall Pycroft. Tenía un bigote rubio, expresión franca y aire distinguido. sin embargo, parecía preocupado. Ya en el tren, Holmes le pidió al joven que me pusiera en antecedentes.
- Bien, sr. Watson, no se me da muy bien contar historias, pero lo intentaré.
Yo trabajaba hace poco en Coxon & Woodhouse, de Draper's Garden, pero la empresa quebró. Los empleados fuimos despedidos. Durante algún tiempo no encontré nada, pero luego me enteré de que había una vacante en Mawson & Williams, la conocida firma de agentes de bolsa de Lombard Street. Envié mi currículum, la verdad con pocas esperanzas, pero a la semana siguiente recibí respuesta pidiéndome que me presentara el lunes para empezar de inmediato. El sueldo era de cuatro libras semanales, una más que en mi trabajo anterior, así que me sentí feliz. La misma tarde, después de recibir la carta, entró l a casera con una tarjeta de un tal Arthur Pinner, agente de finanzas. No lo conocía, pero, naturalmente, dije que pasara. Era un hombre de ojos oscuros y barba negra, con la punta de la nariz algo brillante. Hablaba con mucha rapidez  y entró de inmediato en el tema.
- ¿Trabajaba usted hace poco en Coxon & Woodhouse?
- Así es.
- Y ahora, ¿está empleado en Mawson?
- Pues...sí.
- Mire, un antiguo compañero suyo, Parker, el gerente de Coxon, me ha dicho que posee usted un increíble talento para las finanzas...
- Sí, leo a diario las cotizaciones.
- Le diré el motivo de mi visita. Le ofrezco ser el gerente de Franco-Midland Hardwer Company. La empresa se dedica al comercio de la quincallería y tiene 134 sucursales repartidas por Francia, otra en Bruselas y otra además en San Remo.
- Nunca he oído hablar de ella - dije sorprendido.
- Es normal. Se ha llevado la cosa discretamente, porque el capital se suscribió en privado y es una asunto demasiado bueno para que se conozca. Mi hermano, Harry Pinner, es uno de los promotores y el director. Me ha pedido que buscara a alguien con talento... un hombre joven, emprendedor, con garra. Parker me habló de usted... ¡Y aquí me tiene! Sólo podemos ofrecerle 500 libras anuales para empezar... pero se llevará además una comisión de 1% sobre todos los negocios que concluyan sus agentes, y le aseguro que esto le supondrá más del sueldo. Aquí tiene un pagaré de 100 libras. Si cree que podemos hacer negocios juntos, bastará con que se lo guarde como adelanto sobre su sueldo.
- Es usted muy amable. ¿Cuánto tendría que empezar?
- Esté en Birminghan mañana a la una. Debe  ponerse en contacto con mi hermano. Le encontrará en el 126 B de Corporation Street, que es donde están situadas provisionalmente las oficinas. Naturalmente, él tiene que dar la conformidad a su empleo, pero estoy seguro que no habrá ningún problema.
- Realmente, no sé cómo expresarle mi gratitud - repuse.
- Nada, nada, muchacho. Sólo le doy lo que se merece. Hay algunas formalidades que debo arreglar con usted. Ahí tiene un papel. Tenga la amabilidad de escribir. "Estoy absolutamente conforme en trabajar como gerente de la Franco- Midland Company, por un salario mínimo de 500 libras".
Hice lo que me pedía y se guardó el papel en el bolsillo.
- Hay otro detalle, ¿qué piensa hacer usted respecto a Mawson?
- Escribiré renunciando al puesto.
- He tenido una discusión sobre usted con el gerente de esa empresa. Al final perdí el control y le dije que si quería a gente buena que le pagaran mejor. Él repuso que usted preferiría trabajar con ellos. Le apuesto cinco libras, le dije yo, a que cuando reciba  mi oferta no volverá a oír hablar de él.
- Hecho, repuso él. Le hemos sacado del arroyo y no nos dejará tan fácilmente. Esas fueron sus palabras.
- ¡Qué engreído! - exclamé -. Desde luego, no le escribiré, si así lo prefiere usted.
- Muy bien, tengo su palabra. Ahora debo irme.
No pegué ojo en toda la noche y al día siguiente me dirigí a Birmingham. Cogí una habitación en un hotel de New Street y luego fui a la dirección que aquel hombre me había dado.
- ¿Es usted el sr. Hall Pycroft?
- Si, soy yo.
- Le esperaba, pero llega usted con adelanto. He recibido una nota de mi hermano esta mañana y le elogia a usted muchísimo.
- Estaba buscando la oficina.
- Todavía no hemos puesto el nombre porque sólo llevamos instalados unos días. Acompáñeme y hablaremos despacio del asunto.
Le seguí hasta el último piso. Me introdujo en unas habitacioncillas vacías y polvorientas, sin alfombras ni cortinas. La verdad, yo había imaginado un despacho lujoso con numerosos empleados y aquello me preocupó.
- ¿Cuáles son mis obligaciones?
- Dirigirá usted los almacenes de París, que suministrarán bisutería inglesa a las restantes tiendas que tenemos en Francia. Pero de momento, permanecerá en Birmingham esta semana echándonos una mano.
- ¿De qué modo?
- Esto es un anuario de París. Lléveselo a su casa y copie todos los comerciantes de bisutería con sus direcciones. Me será enormemente útil. Tráigame la lista el lunes a las doce. Buenos días, sr. Pycroft.
Volví al hotel con el enorme libro bajo el brazo y todavía más desconcertado. Aquello no me gustaba, pero el peso de las cien libras en mi bolsillo pudo más. Me pasé todo el domingo trabajando sin parar, pero el lunes sólo había llegado a la H. Volví a ver a mi jefe, en la misma habitación destartalada, me dijo que siguiera con lo que hacía hasta el miércoles y que entonces volviera. Pero como el miércoles todavía no había terminado me pidió que siguiera. Por fin se lo entregué el viernes, es decir, ayer.
- Muchas gracias - me dijo -. Ahora quiero que haga usted una lista de las tiendas de muebles, porque en todas ellas venden quincalla.
Se reía mientras hablaba y me di cuenta, con un estremecimiento, de que una de sus muelas había sido muy mal arreglada con oro. Aquello me sorprendió muchísimo porque casualmente había visto que su hermano tenía esa misma pieza arreglada del mismo modo. Entonces me paré a pensar. El peso, la altura, todo coincidía, la única diferencia estribaba en que uno tenía barba y  otro no... algo que se puede arreglar con una cuchilla de afeitar. No entendía  nada... Súbitamente pensé que aquello que a mí me parecía tan oscuro podría resultar muy claro para el sr. Sherlock Holmes. Cogí el tren a Londres de inmediato, le pedí que me ayudara y... eso es todo.
Aquella tarde, a las siete, los tres andábamos por Corporation Street en dirección a la compañía.
- No servirá de nada llegar antes de la hora, dijo Pycroft, porque cre que sólo acude allí para verme. ¡Diablos! ¿qué les decía? ¡ahí está, andando delante de nosotros!
Subimos detrás de él, cinco plantas hasta llegar a la oficina. Pycroft llamó y alguien gritó ¡entre!
Leía el periódico con expresión apesadumbrada, casi de horror. Tenía la frente perlada de sudor y estaba mortalmente pálido. Miró a su empleado como si no le reconociera.
- ¿Se encuentra bien, sr. Pinner? - le preguntó Pycroft.
- El sr. Harris y el sr. Price. Son amigos míos. Ambos se encuentran sin empleo, pero tienen mucha experiencia. Tenía la esperanza de que pudieran trabajar en la compañía.
- Es posible - exclamó el sr. Pinner con una sonrisa lúgubre -. Esperen un minuto - añadió levantándose y pasando a otra habitación, cuya puerta cerró.
- ¿Y ahora qué? - susurró Holmes - ¿Va a darnos esquinazo?
- Imposible - dijo Pycroft -. No hay otra salida.
- Ese hombre parece aterrorizado. ¿Qué puede haberle asustado tanto?
- ¿Por qué diablos estará llamando a su propia puerta? - exclamó Pycroft.
Se repitieron los sonidos, esta vez más fuertes. Luego oímos un sordo ruido gorgoteante y un vivo repiqueteo sobre madera. Holmes se abalanzó sobre la puerta, pero estaba cerrada por dentro. Por fin, se abatió con gran estruendo. El director de France-Midland pendía de un gancho que colgaba del techo. Se había colgado con sus propios tirantes. El repiqueteo que oímos hacía sido producido por sus zapatos golpeando contra la puerta cerrada. Su aspecto era espantoso.
- ¿Por qué habrá querido suicidarse? - preguntó Pycroft.
- Todo el asunto gira en torno a dos puntos - respondió Holmes -. El primero es el hehco de hacerle escribir a usted una declaración según la cual entraba al servicio de esta absurda compañía. ¿Se da cuenta de lo sugerente que es esto?
- Me temo que no - respondió el joven.
- Está claro, lo que realmente buscaba era una muestra de su letra.
- ¿Para qué?
- Sólo se me ocurre una razón. Alguien quería aprender a imitar su letra.
- En cuanto al segundo punto, consiste en la petición del sr. Pinner de que no escribiera usted renunciando a su empleo en Mawson. Con ello confiaba en que el gerente de esa firma siguiera esperando que el día convenido se presentara el sr. Hall Pycroft, al que no había visto nunca. Asimismo, tenía que impedirle que entrara en contacto con alguien de Mawson. En consecuencia, le pidió venir a Birmingham y le dio suficiente trabajo para tenerle ocupado asegurándose que usted no iría a Londres.
- ¿Y por qué ese hombre fingía ser su propio hermano?
- Evidentemente, son dos los que están metidos en el asunto. El otro está ya suplantándole en Mawson. Pero para que la cosa pareciera más creíble, se inventó a un director, su "hermano". Si no llega a ser por el detalle de la muela, usted no habría sospechado.
- ¡Santo Dios! ¿y qué habrá estado haciendo en Mawson ese individuo que me ha suplantado? ¿Qué debo hacer, sr. Holmes?
- Lo primero, telegrafiar a Mawson.
- Mandaremos el telegrama y así sabremos si hay alguien trabajando allí con su nombre.
- ¡El  periódico! - exclamó Holmes.
- ¡Aquí está! Es la edición vespertina del londinense Evening Standart. Miré los titulares: "Crimen en la City. Asesinato en Mawson & Williams. Gigantesco intento de robo. Detenido el criminal." Continuamos leyendo: "Un desesperado intento de robo, que ha culminado con la muerte de un hombre y la detención del criminal, ha tenido lugar esta tarde en la City. Desde hace tiempo la firma Mawson tenía en su custodia valores cuya suma supera considerablemente el millón de libras y que se guardaban en las cajas fuertes. Al parecer, Beddington, conocido falsificador, consiguió bajo nombre falso un empleo en la oficina. Esto le permitió obtener los moldes de las cerraduras y un profundo conocimiento de la cámara acorazada y de las cajas fuertes. Los sábados los empleados salen a las doce, por lo que el sargento Tason, de la Policía, se quedó un tanto sorprendido al ver a un hombre bajar por las escaleras de la entrada, con una cartera, a la una y veinte. Sospechando algo, el sargento le siguió y con la ayuda del agente Pollok consiguió detenerle tras vencer su desesperada resistencia. Quedó claro de inmediato que se trataba de un robo, ya que dentro de la cartera se encontraron cerca de cien mil libras esterlinas en bonos y acciones. Al registrar los locales se descubrió el cadáver del desafortunado guardián, que había sido introducido dentro de una de las cajas fuertes. Tenía la cabeza destrozada por un fuerte golpe, producido con un objeto macizo. La Policía está realizando todo tipo de investigaciones  para conocer si el hermano de Beddington está también implicado en el asunto.

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