viernes, 20 de abril de 2012

Os voy a presentar

El coche de Miguel, un utilitario algo desvencijado, corría por las calles parisinas.
- ¿Estarás mucho tiempo en París? - preguntó sin dejar de conducir -. Yo iré las próximas navidades a España. No sabes las ganas que tengo de ver a mi familia.
- Yo iré también por esas fechas, pero volveré de nuevo. Estoy estudiando una nueva maquinaria para nuestra empresa.
- ¿Cuándo te casas?
Pablo rió con ironía.
- No he pensado en ello. Si ni siquiera tengo novia...
- Pues está muy solo. Al fin y al cabo, yo aún tengo padres y hermanos, pero tú...
La muerte de Santi, su hermano gemelo, acaecida hacía tan sólo dos años, le había dejado francamente solo. Fue un duro golpe. Tenía una enfermedad incurable y él siempre supo que se moriría joven, pero...
El automóvil se detuvo ante un edificio altísimo.
- La escritora vive aquí.
- Es curioso. Una escritora española y que es posible, según ha dicho ella, que no regrese nunca a su país. ¿Has llegado a conocerla?
- Sí, es una belleza.
- ¿Qué edad tiene?
- Unos 27 años, pero no los aparenta. Tiene el aspecto de una criatura melancólica, si bien sus obras demuestran que es una mujer con mucha experiencia.
Llegaron a la puerta principal. Una doncella pedía las tarjetas a los asistentes. Miguel se presentó:
- Yo soy el periodista, y él, reportero gráfico.
- Pasen, por favor.
Había en el salón más de una veintena de hombres: unos con cámaras colgadas al hombro; otros, fumando cigarrillos y mostrando cuadernos y lápices en ristre. Hablaban entre sí mientras una doncella iba pasando entre ellos, portando una bandeja de bebidas y canapés.
Recostado contra una columna, Pablo miraba abstraído cuanto ocurría a su alrededor. De repente, en lo alto de la escalinata apareció Olga. Entones se quedó paralizado, con una mano sujetando un cigarrillo y con la otra metida en la profundidad de su bolsillo, apretando violentamente los dedos. Habían transcurrido seis años pero él no podría olvidar jamás el rostro exótico con grandes ojos azules de Olga Vélez... Y ella estaba allí, vestida con elegancia, peinada con sencillez. Una mujer joven con belleza natural, sin pose alguna. Pablo apretó los labios. ¿Por qué? ¿Cómo era posible que aquella niña mimada que él conoció, aquella muchachita ideal que tanto amó Santi... y él, estuviese allí convertida en una mujer famosa? Pálido, desencajado, la vio bajar y oyó cuantas preguntas le hacían los periodistas. Olga contestaba a todo serenamente. Cuando le preguntaron si nunca estuvo enamorada, contestó sin vacilar.
- Lo estuve en el pasado.
Pablo se estremeció a su pesar. ¿De quién? De él, no. ¿De Santi...? Tampoco. Cuando Santi le dijo que la amaba, al día siguiente Olga desapareció de la casa de su abuela y no volvió jamás al pueblo veraniego donde, desde hacía muchos años, se reunían todos... Bruscamente, en un segundo, giró en redondo. No salió de la casa. Sigilosamente buscó una estancia donde ocultarse y se hundió en un sillón con las dos manos bajo la boca.
Esperó hasta que todos se hubieran marchado y Olga se quedara totalmente sola, sentada en el sofá de la sala. Despacio, Pablo avanzó hacia el punto de luz de una lámpara de pie que iluminaba el rostro femenino. Ella preguntó asustada:
- ¿Quién anda ahí?
La alta figura de Pablo se plantó delante de ella. Hubo una vacilación. Olga cerró y abrió los ojos varias veces. Después se pasó la fina mano por los párpados.
- Estás viendo bien, Olga.
Ella se puso en pie.
- Tú... ¿eres tú de verdad?
- El mismo - dijo Pablo.
- Pero, ¿de dónde sales?
Pablo no respondió en seguida. Extendió la mano. Fue algo automático el ademán de Olga, como si una fuerza le obligara a extender la suya. El la aprisionó entre sus dedos de forma violenta.
Hablaron largo rato del pasado, de sus familias. Todos habían muerto. Evocaron aquella infancia en el pueblo. Los inviernos en la capital y los veraneos cerca del mar, en casa anexas. Fue fácil amar a Olga. Y doloroso saber que Santi la amaba a su vez. ¿Qué podía hacer? Sacrificar su amor, sus paseos con Olga. Sus charlas interminables. Huyó, sí, huyó como un cobarde después de decir a Olga que Santi la amaba, con lo cual le indicaba que él jamás pensó en ella como posible esposa.
- Huiste.
- ¿Yo? - se sorprendió Olga.
Lastimábanse los ojos  al mirarse tan fijamente.
- Antes; tú huiste antes.
- Ahora ya pasó todo - dijo Pablo, soltando sus manos y mirando al frente. Ya no importa que te lo diga. Yo te amaba, pero descubrí que Santi también te quería.
- Tú... me amabas.
- ¿Nunca lo has sabido?
- Lo pensé al principio. Después..., cuando me hablaste del amor de Santi, pensé que te burlabas de mi.
- Me... me cuesta trabajo entender lo que dices.
- Yo también te quería a ti Pablo; además no me sentía con fuerzas para ser la esposa de un inválido. Comprendes, ¿verdad?
- Pero... no lo dijiste.
- He vuelto por eso - susurró, apretándose contra él -. Para casarme contigo, si es que tú me quieres. Por encima de la novelista está la mujer, la mujer que te ama.

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