miércoles, 18 de abril de 2012

El jorobado

Tengo entre manos uno de los casos más extraños que pueda imaginarse, querido Watson -me dijo Holmes aquella noche-. El asunto presenta algunos rasgos realmente excepcionales. Lo he repasado detenidamente y creo haber encontrado la solución. Pero aún queda un último paso por dar y me gustaría contar con su ayuda.
- Estaré encantado.
- ¿Puede ir usted mañana a Aldershot?
- No hay inconveniente.
Se trata del aparente asesinato del coronel Barclay, de los Royal Mallows, en Aldershot. Lo estoy investigando.
- No he oído ni una palabra al respecto.
- Los hechos tuvieron lugar hace tan sólo dos días. Se los contaré: el Royal Mallows es, como sabe, uno de los más célebres regimientos irlandases del ejército británico. Sus hazañas en Crimea son notorias y siempre ha destacado. Hasta el lunes lo mandaba James Barclay, un valiente veterano que empezó como soldado raso, ascendió a oficial en la época de la sublevación de los cipayos (tropas nativas indias del ejército inglés que se sublevaron en 1857) y finalmente quedó al frente del regimiento.
El coronel Barclay cuando llegó a sargento se casó con la hija de un abanderado de la misma unidad, Nancy Devoy. La vida del coronel Barclay parece haber transcurrido en una constante felicidad. El mayor Murphy, quien ha sido mi principal informador, asegura que nunca tuvo conocimiento de ninguna desavenencia entre la pareja, aunque piensa que el coronel amaba más a su mujer que ésta a él. Un hecho que también sorprendería al mayor Murphy y a tres de los otros cinco oficiales con los que hablé, era que en ocasiones parecía considerablemente deprimido sin razón aparente. Los Barclay no tenían hijos y las servidumbre está compuesta por un cochero y dos doncellas. 
Pero centrémonos en lo que aconteció el lunes, entre las nueve y las diez de la noche. La señora Barclay es católica y estaba muy interesada en la Hermandad de San Jorge, creada para proporcionar ropa a los pobres. Aquella noche, a las ocho, se celebraba una reunión de la hermandad y la señora Barclay asistía a ella. Cuando salía de la casa el cochero oyó que le decía a su marido que no tardaría en volver. Luego fue a buscar a la señorita Morrison, una joven que vive en la casa vecina, y juntas acudieron a la reunión, que duró cuarenta minutos. A las nueve y cuarto la señora Barclay estaba de regreso en casa, tras dejar en la suya a la señorita Morrison. Contra lo que era su costumbre, la señora Barclay se dirigió al saloncito de mañana, una habitación que da al jardín y se abre con una gran puerta de doble hoja de cristal, situada a unos treinta metros de la carretera. Y cosa más extraña aún, pidió a la doncella que le trajera una taza de café.
La camarera acudió con la taza a los diez minutos pero al llegar a la puerta se sorprendió al oír a sus señores enzarzados en una fuerte discusión.Tras llamar a la puerta sin que la abrieran hizo girar el pomo, pero comprobó que estaba cerrada por dentro. Así que volvió a la cocina, se lo contó a la cocinera y al cochero y juntos se dirigieron al saloncito. La discusión seguía y se oían tanto las voces del coronel como las de su mujer; pero sólo se entendía a esta última, que gritaba a su marido, una y otra vez, "cobarde, cobarde, ¡devuélveme la libertad!". La discusión terminó repentinamente con un espantoso grito de hombre, seguido de un ruido sordo y de un chillido de la mujer. El cochero, pensando que algo trágico había sucedido, trató de forzar la puerta pero no lo consiguió. Así que dio media vuelta y salió de la casa, corriendo por el jardín hasta la puerta de cristal del saloncito. Una de las puertas estaba abierta, as´si que pudo entrar. La señora Barclay estaba desmayada sobre el sofá, mientras que el coronel yacía muerto, en medio de un gran charco de sangre, con los pies sobre el lazo de un sillón y la cabeza en el suelo, cerca del borde de la chimenea.
La primera idea del cochero, al ver que nada podía hacerse ya, fue abrir la puerta, pero se encontró con que la llave no estaba puesta en la cerradura y tampoco pudo encontrarla en la habitación. Volvió a salir, por tanto, por la puerta de cristal y llamó a la policía y a un médico. La señora Barclay, contra la que se vuelven lógicas sospechas, fue trasladada a su cuarto, todavía inconsciente, y el policía procedió a examinar detenidamente el lugar de la tragedia. El infortunado militar tenía un profundo corte, en la nuca, producido, sin lugar a dudas, por un arma roma. No fue difícil adivinar de qué arma se trataba. En el suelo, cerca del cuerpo, había un bastón con el mango de hueso. Como toda la casa estaba repleta de armas y recuerdos traídos de los distintos países en los que había estado destinado, la policía dedujo que ese objeto formaba parte de la colección, aunque la servidumbre aseguraba no haberla visto antes. En cuanto a la llave de la puerta, no pude ser hallada en ningún lugar, por lo que finalmente hubo que recurrir al cerrajero.
Así estaban las cosas, Watson, cuando el marte por la mañana, a petición del mayor Murphy, me trasladé a Adelshot para ayudar al policía en la investigación. Antes de examinar el lugar de los hechos hablé con los sirvientes, pero no obtuve nada distinto de lo que ya le he relatado salvo un curioso detalle. La camarera, Jane Steward, recordó haber oído la palabra "David" pronunciada dos veces por la señora. Pero el nombre de pila del coronel es, como le he dicho, James.
Otro detalle causó un gran impresión a todo el mundo: el rostro del coronel estaba congelado en una expresión de profundo horror, como si hubiera anticipado lo que le iba a suceder.
Por la policía supe que la señorita Morrison, con la que, como recordará, había salido aquella noche, aseguró desconocer completamente qué podía haber causado el mal humor de la señorita Barclay. Tras haber reunido todos los datos me puse a pensar en ellos. De todos, el más sugerente era, sin duda, la misteriosa desaparición de la llave. Ya no se encontró en poder de nadie de la casa, todo hacía suponer que algún desconocido había entrado en la habitación, por la cristalera abierta. Así que me puse a buscar huellas tanto en la habitación como en el jardín. Y acabé descubriéndolas, pero bien distintas de las que esperaba.Un hombre, procedente de la carretera, había cruzado el jardín y entrado en el saloncito. Pero no fue ese hombre el que me sorprendió sino su acompañante.
- ¿Su acompañante?
Holmes se sacó de un bolsillo una gran hoja y la desplegó. Estaba cubierta por los calcos de las huellas de algún animal pequeño. Había indicios de las largas uñas y, en conjunto, la pisada tendría el tamaño aproximado de una cuchara de postre.
- Supongo que son de un perro.
- ¿Ha visto alguna vez a un perro trepar por una cortina?
- ¿Un mono, entonces?
- No, no son huellas de mono.
- ¿Pues qué animal?
- Ninguno que nos sea familiar. He tratado de deducir su aspecto a partir de las huellas. Aquí tenemos cuatro de cuanto estaba inmóvil. Apenas hay 40 centímetros de distancia entre las patas delanteras. Añada a esto la longitud de la cabeza y el cuello y nos encontramos ante una criatura de unos 65 centímetros de longitud, probablemente más si tiene cola. El animal se movía y tenemos la longitud de sus pisadas, que en ningún caso son superiores a los cinco centímetros. Por tanto, debe tratarse de un animal de cuerpo largo y patas muy cortas. ¡Ah!, y es carnívoro.
- ¿Cómo lo sabe?
- Porque trepó por la cortina, y en la ventana hay una jaula con un canario al que, aparentemente, quería atrapar.
- Entonces, ¿de qué animal se trataba?
- Oh, si lo supiera habríamos dado un gran paso. Probablemente, de la familia de las comadrejas, aunque de mayor tamaño.
- Pero ¿qué relación hay entre el animal y el crimen?
- De momento no lo sé. Pero hemos avanzado bastante. Sabemos que un individuo entró en la habitación acompañado de un extraño animal y que, si no fue quien golpeó al coronel, éste se cayó de puro miedo al verle, golpeándose contra el borde de la chimenea. Y está el detalle curioso de que el intruso se llevara consigo la llave de la puerta al huir.
- Estoy seguro de que cuando la señora Barclay salió de casa a las siete y media estaba en buenas relaciones con su marido. Por lo tanto, algo ocurrió entre las siete y media y las nueve, algo que cambió por completo sus sentimientos hacia él. La señorita Morrison había estado junto a ella esa hora y media. Así que, pese a haberlo negado, es seguro que tenía que saber algo del asunto.
Me decidí a visitarla y le expliqué que su amiga podía verse en el banquillo, acusada de asesinato, a menos que el asunto se aclarara.
Se quedó meditando mis palabras y luego, con aire decidido, me contó lo siguiente.
"Le prometí a mi amiga que no diría nada. Pero ya que ella se encuentra enferma y no puede justificarse, y dada la gravedad del asunto, creo que quedó absuelta de mi promesa. Le contaré todo lo que sé: regresábamos de la hermandad, a las nueve menos cuarto de la noche, e íbamos caminando por Hudson Street, una calle muy tranquila iluminada por una sola farola, situada en el lado izquierdo. Al acercarnos a la luz vimos que un hombre venía hacia nosotras. Tenía la espalda muy encorvada, caminaba con las rodillas arqueadas, la cabeza ladeada y llevaba algo así como una caja sobre los hombros. Cuando pasamos a su lado levantó la cabeza hacia nosotras y entonces se detuvo y exclamó, con una voz terrible: "¡Dios mío, si es Nancy!". La señora Barclay se puso más blanca que la cera y hubiera caído al suelo si aquella criatura de aspecto tan espantoso no la hubiera sostenido. Yo estaba ya dispuesta a avisar a la policía, pero ella, ante mi sorpresa, la habló muy cortesmente al individuo.
- Creía que habías muerto hace treinta años, Henry - dijo con voz entrecortada.
- Adelántate un poco, querida - dijo la señora Barclay -. Me gustaría hablar un momento con este caballero. No hay nada que temer.
Ella trataba de parecer tranquila, pero apenas le salían las palabras de los labios y seguía mortalmente pálida. Hablaron durante unos minutos y luego acudió a mi encuentro, con los ojos llameantes, y vi que el pobre jorobado alzaba furiosamente los puños en el aire. Nancy me pidió que no contara a nadie lo ocurrido. "Es un viejo conocido al que le han ido muy mal las cosas", me explicó. Yo le prometí que así lo haría"
Todo empezaba a encajar. Mi siguiente paso consistía, obviamente, en alcanzar al jorobado. Un hombre como él, deforme, sería fácil de encontrar, tenía que haber llamado la atención. Empleé un día de la búsqueda y esa misma noche le tenía localizado. Se llamaba Henry Wood. Vive en una pensión de la misma calle donde se lo encontraron las dos mujeres. Sólo lleva cinco días en la población. Haciéndome pasar por un funcionario del Ayuntamiento tuve una charla muy interesante con su patrona. Ese hombre trabaja como mago y titiritero y todas las noches va de bar en bar proporcionando un poco de entretenimiento. Va acompañado de cierto animal que utiliza en algunos de sus números y acerca del cual la mujer parece sentir un gran recelo, jamás había visto uno igual. Está perfectamente claro, Watson, ese hombre siguió a las dos mujeres, presenció la pelea a través de la ventana entre marido y mujer, y es la única persona en el mundo que puede explicarnos qué ocurrió en aquella habitación.
- ¿Piensa usted preguntárselo?
- Desde luego...pero en presencia de un testigo.
- ¿Y soy yo ese testigo?
- Se lo agradecería mucho. 
Era mediodía cuando llegamos al lugar de la tragedia.
- En esta calle - dijo, entrando en un callejón. Un diminuto pilluelo vino corriendo hacia nosotros.
- ¡Estupendo, Simpson! - dijo Holmes, dándole unos golpecitos en la espalda. Esta es la casa, vamos Watson.
Pocos minutos después estábamos ante nuestro hombre. Se encontraba sentado en una silla frente al fuego.
- ¿El señor Henry Wood? - preguntó Holmes afablemente. Quisiera hablarle de la muerte del coronel Barclay.
- No se quién es usted - gritó el hombre visiblemente alterado - ni que pretende de mí. ¿A qué ha venido?
- Bueno - contestó Holmes -, la policía sólo está a la espera de que la señora Barclay recupere el sentido para acusarla de asesinato.
- ¡Pero ella es inocente!
- Entonces - contestó Holmes -, ¿quién mató al coronel Barclay?
- Fue la justa Providencia. ¿Quiere que le cuente una historia triste?
"Hubo un tiempo en que el cabo Henry Wood era el galán más aguerrido de todo el batallón 117. Barclay era un sargento en la misma compañía y la que ahora es su viuda, la chica más preciosa que jamás haya respirado en esta tierra. Bien, pese a contar yo con su amor, su padre insistía en casarla con Barclay. A pesar de todo ello, Nancy me era fiel y parecía que yo iba a ganar la partida. Pero entonces estalló la sublevación.
Quedamos sitiados en Bhurtee junto a gran número de civiles, muchos de ellos mujeres y niños. Fuera había diez mil rebeldes y no existía forma de romper el cerco. Pronto nos quedamos sin agua. Teníamos que alertar al general Neill y a sus fuerzas acerca del peligro que corríamos, así que yo me presenté como voluntario. Hablé con Barclay, quien conocía bien el terreno, y esa misma noche amparado por la oscuridad, partí. De mí dependía la suerte de mil vidas, pero sólo me preocupaba una. Mi itinerario estaba trazado para evitar que me descubrieran los centinelas enemigos. Sin embargo, al salir de un recodo me topé de lleno con seis de ellos, que permanecían acurrucados en la oscuridad, esperándome. Me dejaron sin sentido de un golpe, pero el verdadero dolor lo sentí cuando al volver en mí oí la suficiente conversación para saber que mi camarada, valiéndose de un sirviente nativo, me había traicionado informando al enemigo del itinerario que él mismo había preparado.
Ahora ya saben de qué es capaz Barclay. Al día siguiente, el pueblo fue liberado por Neill, pero yo fui llevado con los rebeldes en su huida. Me torturaron una y otra vez. Ustedes mismos pueden comprobar el estado en que quedé. Pasaron varios años hasta que logré escapar, ¿pero de qué serviría un pobre lisiado como yo volver a Inglaterra o darme a conocer entre mis viejos camaradas? Volví a Inglaterra al hacerme más viejo, obedeciendo a un deseo de ver la patria antes de morir. Y aquí me he ganado la vida igual que en la India después de escaparme; haciendo trucos de magia que allí aprendí."
- Su historia es en verdad interesante - dijo Holmes -. Estoy enterado de su reciente encuentro con la señora Barclay y cómo se reconocieron. Deduzco que usted la siguió después hasta su casa y presenció el altercado con su marido. Finalmente, sin poder contenerse más, irrumpió en la habitación.
- Así fue, exactamente. Al verme, el rostro de Barclay se demudó por el horror, y luego se desplomó, golpeándose contra el borde de la chimenea.
- ¿Y luego?
- Nancy se desmayó, yo cogí la llave de su mano para abrir la puerta y pedir ayuda. Pero en el momento de hacerlo, cambié de idea y me marché porque el asunto podía complicarse, y, de cualquier modo, mi secreto sería revelado si me pillaban. Con las prisas, metí la llave en el bolsillo y dejé caer mi bastón mientras perseguía a Teddy, que había trepado por una cortina. Cuando logré meterle de nuevo en su caja, huí.
- ¿Quién es Teddy? - preguntó Holmes.
- ¡Es un mangosta! - exclamé sorprendido.
- Bueno, algunos lo llaman así y otros iceneumón. Yo las llamo cazaserpientes, y a Teddy se le dan a las mil maravillas las cobras.
- Es posible que le volvamos a necesitar si la señora Barclay tiene problemas.
- En ese caso, naturalmente me presentaría.
- Pero si no, no veo la necesidad de provocar un escándalo en torno a un hombre muerto, por muy condenable que haya sido su comportamiento. Al menos, tiene usted la satisfacción de saber que durante treinta años su conciencia le reprochó amargamente su malvada acción. 
Ah! Por el otro lado de la calle veo al mayor Murphy. ¡Adiós, Wood, quiero saber si ha sucedido algo nuevo desde ayer! Alcanzamos al mayor antes de que doblara la esquina.
- Ah, Holmes! - exclamó -, supongo que ya sabrá que todo el alboroto ha concluido.
- ¿Cómo?
- Sí. Ha acabado la diligencia judicial. Las pruebas médicas son concluyentes. Barclay murió por apoplejía.
- Oh! Notablemente superficial - dijo Holmes sonriendo-. Vamos Watson, no creo que nos sigan necesitando en Aldershot.
- Hay un detalle - dijo yo, mientras nos dirigíamos a la estación. Si el nombre de pila de Barclay era James y ese otro se llama Henry, ¿quién es ese tal David al que aludía la señora Barclay en la discusión con su esposo?
- Querido Watson, como recordará, la señora Barclay es muy religiosa. Pues bien, aunque mis conocimientos bíblicos son escasos, seguramente no ha olvidado aquel asuntillo de Urías y Betsabé. Sí, David se descarriaba un poco de vez en cuando, al igual que lo hizo el sargento James Barclay. Encontrará usted esa historia en el primer o segundo libro de Samuel.

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