Otra vez el timbre. Sonó muchas veces aquella tarde. Que si un recado de Doris. Que si un paquete de Susan. Siempre fastidiando. May, resignadamente, recogió la plancha y se dirigió hacia la puerta.
- ¡Oh! - exclamó sorprendido -, es usted, Mr. Braxton.
- Me citó Doris aquí.
- Pero no ha llegado aún. ¿Quiere pasar o la espera abajo?
John Braxton dudó un segundo.
Linda muchacha. Sin duda, la sirvienta, pensó:
- Pasaré - dijo -. ¿Le importa que espere? - y a continuación -: ¿hace mucho que está en esta casa?
- Siempre he estado - puntualizó -. Desde los diez años. Estudié en una academia aquí cerca...
"Muy pronto empezó a servir", pensó John algo molesto, pues le fastidiaban las injusticias sociales.
- Puede esperar en la salida - señaló May.
- Gracias.
- Puede tomar algo, si lo desea.
- No, no gracias. ¿Cree que Doris tardará mucho? - y de súbito -: Es la primera vez que vengo a este piso. ¿De qué me conoce usted?
Era lindísima, pese a la ropa vulgar que vestía (falda estrecha de basto paño y un suéter de algodón). Su pelo era rubio cenizo, brillante y sedoso, recogido tras la nuca con una goma negra.
- No lo sé, Mr. Braxton. Nunca se sabe cuándo llega. En cuanto a conocerle a usted, es fácil. Todos en Dretroit, conocen a los Braxton.
- Soy yo solo - rió John -. Mi padre falleció el mes pasado.
- Sí. Lo leí en los periódicos. Además se lo oí decir a Doris. Lo siento, señor. Tengo mucho que hacer. Si quiere un poco de hielo...
- No, gracias. Esperaré diez minutos. Si en ese tiempo no llega Doris, me iré. Sólo vengo a despedirme. Salgo para Chicago esta noche. No pude comunicarme con ella, por eso subí.
- ¿Se va por mucho tiempo?
- Dos semanas.
- ¡Ah! - dijo y salió.
John Braxton quedó impresionado. ¡Vaya con Doris y con Susan! ¡Cómo se rodean de chicas guapas!
Amaba a Doris. Al menos eso creía. Buscaba una mujer a su medida. Tenía mucho dinero y una terrible soledad. Últimamente tenía una idea obsesiva: casarse y formar un hogar.
Escuchó los pasos de Doris que acababa de entrar. "¡Linda chica!", pensó.
- Qué fastidio de día - oyó la voz de Doris. Y después -: ¿A qué fin ese delantal de flores? ¿No tienes otro más en consonancia con tu condición?
- Perdona...
La voz de la criada (qué raro que se tutearan) tenía un deje amargo.
- Te lo he dicho muchas veces. ¿Has planchado mis vestido? Tengo una fiesta esta noche. ¿Me oyes? Estás ahí parada como un pasamarote.
- Es que...
- No me digas nada. No me des una disculpa. ¿Has planchado el de Susan? Si viene y no lo tienes preparado, se pondrá furiosa. Ella no es tan indulgente contigo como yo. Después de lo que hicimos por ti...¿me oyes bien?
- Es que...
Quería decirle que en la salita tenía una visita.
Pero Doris, alzando la voz, gritó:
- Si dentro de cinco minutos no tengo el vestido listo, esta noche duerme en la escalera.
John Braxton frunció el ceño. Siempre pensó que Doris no tenía genio. ¡Era tan modosita! ¡Tan mimosa!
Claro que una mujer sin carácter...
En cuanto a la doncellita, quizá fuese holgazana.
Cabía en lo posible. Pero los modales de Doris, su manera de tratar a la muchacha no encajaban con su modo de pensar.
- ¿Qué esperas ahí? - oyó la voz de Doris nada discreta -. Eres una estúpida. Encima de que te recogimos...No lo hicimos por ti. Fue por tío Jim. Tu padre era de otra manera, pero era hermano del nuestro. Tú no merecías nuestra generosidad.
La voz de la muchacha tenía un matiz suave y tenue.
- Tiene una visita en el salón.
- ¿Qué? - y la voz de Doris casi pareció silbante, con gran disgusto del hombre que la esperaba.
Súbitamente se dirigió a la puerta, y por eso oyó la voz de Doris, queda, pero airada, exclamando:
- ¡Eres una mala persona! Una...
- Se trata de Mr. Braxton - susurró la muchachita.
- ¡Estúpida!
Entró muy nerviosa, susurrando con acento muy distinto al empleado de su prima:
- John, cariño. Si hubiese sabido que me estabas esperando...- se acercó melosa -. Cariño mío...
John la besó en el pelo.
Iba a su casa a participarle su viaje y también a comunicarle su deseo de casarse al regreso. Pero sólo dijo:
- Es que me voy de viaje.
- May debió de llamarme a la tienda. Estuve cerrando yo. Podía haberlo hecho cualquiera de las dependientas. Ya sabes, yo soy la jefa de sección.
- Sí, claro, pero no tuve tiempo de avisar.
- May pudo hacerlo.
- Tu...- titubeó - tu prima...
Doris se agitó un poco. Estaba extrañamente alterada.
- Es tan desaprensiva...Se olvida de todo. No sé si lo hace adrede o por olvido. Estamos peleando con ella desde que falleció mi tío, pero no hay manera de hacerla entrar en razón.
- ¿Ella...no trabaja?
- Claro. En casa y mal. Hemos de tener mucha paciencia.
- ¿Es...prima hermana? No sabía...Bueno, claro. Ya sabes que yo nunca me ocupo de cosas así...
- Es natural.
- ¿Os...- inquirió con suma cautela - os hace...de sirvienta?
- Sí, claro - consultó el reloj -. Bueno, cariño, tengo que irme. Tomo el avión de las nueve quince. Tengo el tiempo justo para ir al aeropuerto.
- ¿Cuándo volverás? - se colgó de su brazo coqueta y melosa.
- No lo sé. Dentro de dos o tres semanas...Ya sabes cómo son los negocios.
La besó de nuevo fugazmente y se dirigió a la puerta seguido de Doris.
- Te voy a echar de menos - y como al descuido ya en el umbral -: tu prima es una cría ¿cuántos años tiene?
- Dieciocho, pero como si tuviera diez.
A él le pareció una chica estupenda.
- Adiós, cariño - susurró él en voz baja.
Volvió a besarla y salió.
Se quedó junto a la puerta mientras se ponía el abrigo y los guantes. Así pudo oír la trifulca que se armó.
- Eres una malvada. ¿No sabes que es casi mi novio?
- Te lo intenté decir - apuntó May suavemente. Pero tú entraste dándome gritos.
- Eres una majadera. He estado a punto de estropearlo todo. ¿No sabes que tengo una fiesta esta noche? Peter me espera, y si John no se declara de una maldita vez, no tengo más remedio que echarle el gancho a Peter.
- Pero...¿no estás enamorada de John? - oyó éste con estupor.
- Bueno, el amor...¿qué es el amor? - oyó gruñir a Doris -. Ya tengo veintisiete años, querida. Justo es que cace al que más pronto se ponga a tiro. Estoy harta de ser dependienta. ¿tienes el vestido listo?
- No pude hacerlo, Doris - oyó John la voz temerosa de May -. Me encargáis demasiadas cosas. Susan me mandó lavarle la ropa interior que tiene en el armario. Tú...coserte los bajos del vestido...
¡¡Paff!!
John se quedó asombrado.
¿Una bofetada de Doris a su prima?
¡Qué sorprendente! Parecía tan modosita.
- Para que aprendas. Hace ocho años que te estoy enseñando y no progresarás jamás.
John se escapó escaleras abajo.
El llanto de May le impresionaba profundamente, tanto como sus ojos color violeta, en cuyas pupilas, allá en el fondo, había como una sombra de melancolía.
Un auto chirrió cerca al frenar casi de golpe.
- May...
Se quedó de piedra, con la cesta de la compra apretada en los dedos.
- ¿No me conoces? ¿Quién no conocía en Detroit a John Braxton?
- Sube, May - suplicó -. Voy en dirección a tu casa. Ya estaba de vuelta.
¿Como es que Doris se lamentaba todos los días de su ausencia? Parecía ser que Peter no se dejaba conquistar y que daba la esperanza del millonario.
- ¿No subes?
Cubría su esbelto cuerpo con una raída gabardina. Calzaba botas altas de goma. La cesta de la compra no era precisamente muy elegante.
- Pero es que... puedo ir a pie, Mr. Braxton.
- Es un placer.
Se encogió en el asiento.
- Doris no sabe que usted ha llegado.
- Háblame de tú - dijo él riendo con una sonrisa fascinadora -. ¿Qué haces, además de trabajar en casa y recibir bofetadas?
Enrojeció.
El auto corría en dirección contraria a la que ella llevaba.
- Tengo que volver a casa y hacer la comida.
- ¿No puedes comer conmigo?
- Le aseguro...
- Lo escuché todo el otro día. Oí también cómo te abofeteaba... ¿Toleras siempre la crueldad de tus primas?
- May...te llamas así, ¿verdad? Bien, pues te invito a comer.
- ¡Oh, no!
- ¿Temes que ellas lo sepan? No debes pasarte la vida como criada de tus primas.
- Soy menor, señor, y ellas son mis tutoras.
- Cásate.
- No puedo, ni tengo... novio.
John se dedicó a observarla durante el poco tiempo que estuvieron juntos. Cuando se despidió de ella, le dijo:
- Como tus dos primas son dependientas y tiene horario fijo nunca sabrán que sales conmigo. Vendré a buscarte a las cuatro en punto y te traeré a las siete. ¿Qué te parece?
- No puedo - casi gimió May, roja como la grana -. Tengo que trabajar.
- Lo sé. Por eso traeré a tu casa a una de mis muchachas de servicio para que te haga lo que tú tendrías que hacer en el tiempo que estás conmigo.
- Salir...no, no.
- Sí.
Fue aquel día, y al otro y al otro, y muchos más.
Doris comentaba por la noche con su hermana:
- Creo que John ha regresado. Al menos estuvo con su novia...
- ¿Novia?
May les servía, temblando de pies a cabeza.
- Sí, sí. No me mires así, Susan. Tiene novia. El muy cerdo...Una novia que nunca retratan los periódicos. Pero estuvo con ella todos estos días jugando al golf. Les han visto a los dos en el club.
- ¿Cómo es ella?
- ¿Y qué sé yo? Joven, por supuesto. ¡Qué gustos!
- ¿y te vas a dejar desbancar así?
- Le voy a llamar ahora mismo. Tienes razón. El me quería. Desde el día que vino a casa, no volví a verle nuevamente.
- ¿Por qué piensas que habrá sido?
- ¡Bah! Le parecería demasiado pobre mi casa.
- ¿Es rica la novia que dices que tiene?
El servicio de té que sostenía May cayó al suelo.
Susan se levantó de un salto y cruzó el rostro de su prima por dos veces.
- Para que aprendas. Y ahora me quitaré el vestido y por la noche quiero verlo como nuevo. ¡Estúpida...!
- Mosquita muera, inútil - apostrofó Doris -. ¿Qué te importa a ti lo que hablamos? Todo por haberla recogido, Susan. ¿Que te parece si la abandonamos?
- No tendríamos una criada mejor, pese a su torpeza. ¿Qué esperas? - May las miraba de modo raro -. ¿Quieres irte de una maldita vez? Trae un cubo y una bayeta. Tienes que fregar el suelo. May desapareció.
Doris fue a hablar por teléfono.
- Cerdo - le dijo luego a su hermana -. ¿Sabes qué me ha dicho? Que se casaba la semana próxima. Así. Con una muchacha encantadora.
- Tendré que pescar a Peter.
- Yo ando, medio, medio con Sam.
May lloraba apretada en sus brazos.
- No me atrevo.
- ¿Eres tonta? ¿No te han echado ellas? Algún día tendrás que dejarlas.
- Pero así...Suponte que... Me da mucho miedo.
- Estando conmigo - la apretaba en sus brazos, acariciándole el pelo, besándola delicadamente en los labios -. Tonta...Verás cómo todo se arregla.
- ¿Qué hora es?
- Las ocho.
- Oh, oh... - tiraba de él -. Llévame a casa. Seguro que una de ellas ya regresó.
- Dile que estás casada. Que soy tu marido, que...
May casi lloraba. Tenía un terror tal, reflejado en el rostro, que John la atrajo hacia sí y le acarició las sienes con ternura.
- Nos hemos casado hoy, May, a las cuatro de la tarde en punto. Nadie sabe nada, excepto tú y yo. Llevamos aquí cuatro horas - susurró atrayéndola de nuevo hacia sí -. Las más hermosas de mi vida, amor mío.
- Oh...qué dirán. Hoy...hoy - temblaba huyendo de sus brazos -, Hoy me pegarán mucho.
John se puso rígido.
- ¿Pegarte? Verás lo hacemos. Ya verás. Escucha... ¿Qué haces? Ponte la ropa que yo te regalé.
- Pero ellas.
- ¿Tanto les temes?
- Tú no sabes...
- Me voy a percatar ahora. Vamos cámbiate de ropa. Jamás te pondrás de nuevo esos andrajos.
- John...amor mío.
- ¿Sabes lo que supone ser la señora Braxton? Todas las casas de moda, joyerías, perfumerías y peleterías a tus pies, May. Y yo...como un reyezuelo vanidoso, dueño tuyo. ¿Entiendes lo que te digo?
Lo sabía, pero...¿cómo decirles a sus primas que nunca más sería su cenicienta, que estaba casada con el hombre que ellas deseaban, que era feliz a su lado.
- Escucha...Ponte muy bonita. Yo te ayudaré. Así...Ahora obedece, amor mío. Se oyó el llavín en la cerradura. Doris lanzó una exclamación de cólera.
- Ahí la tenemos. ¿Sabes qué haré Doris? Le daré la paliza mayor de su vida.
Salió al pasillo. No se fijó en la linda figurina elegantísima que avanzaba por el pasillo. Sólo se fijó en John.
- John, cariño, al fin te veo de nuevo - gritó Doris corriendo hacia él. Susan miraba, pero no a John, sino a May.
- Pero...¿qué haces tú vestida así? Mira, Doris...
May temblaba.
Doris dejó de mirar a John para fijar los ojos en su prima. fue hacia ella y la cogió de un brazo.
- ¿Quién te ha dado esta ropa?
- Es que May se ha casado hoy. Ha interrumpido su luna de miel para venir a saludaros - dijo John.
-¿Qué?
John ya estaba junto a May. Esta se pegó a su costado. Las dos hermanas parecían estatuas.
- ¿Casada May? ¿Con quién, John?
- Conmigo - dijo feliz.
- Eres una...
John la retuvo contra sí.
- Lo siento, Susan. Sólo hemos venido a deciros eso. Nos marchamos de viaje esta misma noche.
- ¡Dios santo! - exclamaron a dúo.
- Tendréis que buscar otra criada - dijo John riendo -. Esta es la señora de mi casa - y después con ternura -: Vamos May, amor mío...
viernes, 10 de agosto de 2012
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