Existió una vez un hombre bueno y muy amable. Era muy generoso con la gente, todos le llamaban Amigo. Un día, decidió hacer un viaje, vendió todo lo que poseía, compró un caballo fuerte y salió de la ciudad. No había cabalgado mucho cuando observó que otro jinete iba detrás de él. Amigo detuvo a su caballo y esperó al viajero.
- Mi nombre es Enemigo - dijo el forastero -. ¿Y el tuyo?
- Amigo - contestó el otro.
Decidieron viajar juntos y cabalgaron hasta que llegaron a una fuente de agua muy limpia. Se sentaron a la sombra de un árbol y se pusieron a comer. Enemigo dijo:
- Como somos compañeros de viaje, vamos a compartir la comida. Podemos empezar con tus provisiones; cuando se terminen nos comeremos las mías.
Amigo pensó que era una buena idea, abrió sus alforjas y compartió su comida. Pasaron algunos días de viaje, Amigo continuaba compartiendo sus cosas con Enemigo, hasta que se acabaron sus provisiones. Le tocaba el turno a la de Enemigo. Pero cuando llegó la hora de comer, éste se alejó a cierta distancia y consumió su comida solo. Amigo, que era cortés y tímido, no dijo nada. Pero a los dos días, debilitado y hambriento, dijo a Enemigo:
- Habíamos decidido compartir nuestra comida durante el viaje. Tú ya has comido de la mía. ¡Déjame compartir la tuya ahora!
- Yo soy hombre sabio - dijo Enemigo -. Nuestra jornada va a ser muy larga, si comparto mi comida contigo no tardará en desaparecer. Pero si la conservo para mí solo, podré sobrevivir.
- Si esos son tus pensamientos - dijo Amigo -, no podemos viajar juntos y tomaron caminos diferentes.
Amigo cabalgó todo el día. Al llegar la noche se detuvo en un viejo molino abandonado. Dejó su caballo pastando, se adentró en el molino y enseguida se quedó dormido. Pronto le despertaron unas voces. Miró por un resquicio y a la luz de la luna vio a un león, un tigre, un lobo y una zorra que estaban hablando. Aterrorizado, escuchó que el león decía:
- Yo conozco un secreto muy cercano a nosotros. En este molino viven unos hombres pequeños que guardan montañas de monedas de oro. Las noches de luna llena sacan su tesoro y lo esparcen por el campo. A la luz de la luna bailan entre el oro brillante. Cuando llega el día cogen sus monedas y vuelven a sus escondites.
- Yo he oído - dijo el lobo -, que la hija del rey se ha vuelto loca. Ha perdido mucho peso y está en la cama, enferma. Sólo una hierba podrá curarla. Un pastor la cultiva y alimenta a sus ovejas con sus raíces. Las raíces de esta hierba cocida en leche podrán curar a la princesa.
Cuando los animales se alejaron del molino, Amigo salió para ver si lo que contaban es cierto. Enfrente, en lo alto de un montículo, bailaban unos hombrecillos a la luz de la luna, rodeados de monedas de oro. Amigo tiró una enorme piedra y éstos huyeron. Entonces él llenó sus alforjas de monedas y salió cabalgando hacia el pueblo más próximo. Al día siguiente recorriendo los alrededores se encontró a un pastor y le preguntó por aquella hierba tan especial. Al principio, éste no contestó, pero al ver las monedas en la mano de Amigo, se ofreció el mismo a arrancar las raíces. Con las hierbas en las alforjas fue directamente a la ciudad donde vivía la princesa enferma. Al llegar al palacio pidió un poco de leche y coció las raíces que llevaba. La muchacha bebió, y a las pocas horas estaba totalmente recuperada. Amigo se quedó en la ciudad, se casó con la princesa y vivió feliz.
Un día se presentó en la casa un forastero. Habían pasado los años, pero Amigo pudo distinguir quién era. Se trataba de Enemigo, su antiguo compañero de viaje. Amigo le contó lo que desde entonces le había sucedido. Entonces, Enemigo tuvo envidia y quiso probar fortuna en el viejo molino. Esperó a que llegara la noche y cuando salió la luna pudo ver a los hombrecillos que bailaban entre monedas de oro, pero, tan pronto como levantó la gran piedra para aplastarlos, ésta cayó sobre él, aplastándole para siempre.
Cuentos orientales.
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