Hace muchos años ocurrió una historia en un pequeño pueblo noruego llamado Lom. Allí se encontraba el mejor maestro cervecero de toda la región. En la temporada de Navidad, contrató a un joven como aprendiz y, al término del contrato, el maestro cervecero, además de su salario, le entregó un barril de su mejor cerveza.
El joven, con el barril al hombro quiso recorrer el mundo. Pero, al poco tiempo, comprendió que el peso del líquido entorpecía su viaje. Y decidió detenerse e invitar al primero que pasara por su camino.
Al poco rato apareció un hombre que llevaba medio cuerpo cubierto de pieles y el otro medio desnudo:
- Hola - dijo el chico.
Voy buscando a alguien que quiera beber conmigo para que mi barril de cerveza no sea tan pesado.
- Ese alguien puedo ser yo si lo deseas. Vengo caminando desde muy lejos y me muero de sed.
- Bien, pero antes debes decirme quién eres.
- Yo soy el Tiempo y vengo de las nubes - dijo el desconocido.
- Entonces no beberás conmigo. Tú no eres justo con la gente. A unos matas de frío, mientras otros se asan de calor. Yo sólo quiero compartir mi cerveza con gente buena.
Y el Tiempo, sin decir nada, continuó su camino.
Pronto apareció otro hombre por la vereda, su aspecto era muy desastrado.
- Hola - dijo el muchacho -. Voy buscando a alguien que quiera beber conmigo para que mi barril de cerveza no sea tan pesado.
- Ese alguien puedo ser yo, tengo muchas ganas de cogerme una buena cogorza - dijo el desconocido-.
- Pero antes debes decirme quién eres.
- Vengo de los Infiernos, en la Tierra me llaman Satanás.
- Entonces lárgate enseguida. Tú sólo traes sufrimiento a los hombres y yo sólo quiero compartir mi cerveza con gente buena.
Poco después, al atardecer apareció una vieja harapienta y descarnada.
- Hola - dijo el muchacho -. Voy buscando a alguien que quiera beber conmigo para que mi barril de cerveza no sea tan pesado.
- Pues ese alguien puedo ser yo. Hoy he trabajado mucho y estoy sedienta y agotada.
- Bien. Pero antes debes decirme quién eres.
- Seguro que no soy una desconocida para ti. Soy la Muerte.
- Tú sí beberás de mi cerveza, porque a todos los tratas por igual, a pobres y a ricos. Y el muchacho y la Muerte bebieron juntos hasta que llegó la noche.
- Jamás he bebido una cerveza tan rica como ésta. En agradecimiento, voy a concederte alguno de mis poderes. En primer lugar, la cerveza que contiene este barril no se acabará nunca. Además este líquido será un elixir maravilloso que curará a todo enfermo que lo beba. Pero deberás tener algo en cuenta, cuando entres en la alcoba del enfermo y me encuentres sentada a los pies de su cama, puedes administrarle este delicioso elixir y la persona se curará. Sin embargo, cuando me veas sentada junto a la cabecera, no lo hagas, porque será señal de que le enfermo no tiene ya cura.
Pronto se hicieron famosas por todo el país sus curas maravillosas. El recordaba siempre las recomendaciones de la Muerte, y si la encontraba sentada a la cabecera de la cama decía:
- Este enfermo no tiene cura. Pronto morirá sin ningún remedio.
Un día, fue llamado a una humilde cabaña, donde agonizaba una pobre mujer rodeada de cinco niños pequeños. Pero el joven vio a la Muerte sentada a su cabecera.
- No hay esperanza para esta mujer. Morirá sin remedio.
Pero, al decir esto, el muchacho sintió una inmensa tristeza, al ver a los niños que lloraban con amargura junto a la cama de su madre. Y entonces, viendo que la Muerte estaba dormitando, tuvo una idea feliz: pidió a los vecinos que allí se congregaban que dieran la vuelta a la cama. De este modo, la Muerte quedó sentada a los pies de la cama de la enferma y la pobre mujer, bebiendo un trago de cerveza, quedó curada.
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