viernes, 18 de mayo de 2012

Hay algo más

Resultaba extraño que, siendo tan distintos, pudieran ser amigos, y lo eran de verdad. Sin embargo, William había vivido siempre en Boston. Erich no. El hacía sólo tres años que había llegado a la ciudad para estudiar biología. William estudiaba económicas, por hacer algo. Era hijo de familia acomodada, que había amasado montones de dinero en cuatro días, y él pensaba trabajar en los negocios de su padre. Erich, por el contrario, no tenía dinero. Procedía de una familia de abolengo, pero se habían quedado arruinados. Necesitaba trabajar para costear sus estudios.
Erich había conocido a Evelyn al año siguiente de llegar. Ella era hija de familia media, con muchos hijos; no nadaba en la abundancia.
- ¿Quieres decirme quién es esa chica con la que sostienen conversaciones tan largas? - preguntó William.
- Una compañera.
- ¿Estás seguro que no hay más que amistad entre vosotros?
- ¡Hombre! ¿Cómo no voy a estarlo?
- No sé, es que ella te mira de una forma...
- Me hace gracia, William, ¿crees que tengo tiempo para pensar en algo que no sea estudiar o trabajar?
- Tú si, pero ella...
- Te equivocas amigo. La situación de ella es muy similar a la mía. A ninguno de los dos nos sobra tiempo para pensar en tonterías.
- ¿Es que te parece una tontería que os quisierais? 
La pregunta le dejó un tanto desconcertado.
- Hombre, no. Claro que no. Aquel condenado de William parecía estar haciéndole un lavado de cerebro.
- Bien, Erich, siendo así a ti no te importará presentarme a tu amiga.
- ¿Para qué?
- Es que a mí me gusta esa chica, ¿comprendes? Hace tiempo que deseaba decírtelo, pero temí que hubiera algo entre nosotros.
Quedó perplejo. Aquello sí que no lo esperaba él. Tenía que vencer aquella lucha interior que tenía consigo mismo. En efecto, debía reconocer que William era mucho mejor partido que él para cualquier chica.
Pero, ¿es que a Evelyn también le interesaba el dinero? Estaba seguro de que no era para ella un fin principal, pero eso no podía decirlo él. Se debatía en estos pensamientos cuando la vio avanzar. Traía la cara cansada.
- Hola, Erich - saludó cuando había llegado a su altura.
- Hola - contestó, levantándose del asiento y ofreciéndole una silla.
- No voy a poder continuar así por más tiempo.
- ¿Te ocurre algo?
- Cansancio, Erich, eso tan sólo.
- ¿De qué, Evelyn?
- Ahí esta, que no lo sé. Es posible que ea sólo físico, pero no sabes de qué forma repercute en mi moral. Es muy díficil para mí continuar estudiando en la forma que lo hago. Decimos que el dinero no sirve para nada, pero estoy empezando a creer que significa mucho. Si no fuera por el maldito metal en mi casa todo marcharía de otra forma.
Oírla decir aquello fue como si a Erich le clavaran un puñal. Todos sus ideales se venían abajo. A fin de cuentas, ella tampoco era como la había imaginado. Pensó que había llegado el momento indicado de hablarle de su amigo. Después de todo, ella no conocía sus sentimientos, porque ni él mismo los hubiese conocido si no hubiese sido porque William le había abierto los ojos. Fue entonces cuando comprendió que lo que él sentía por ella no era sólo un sentimiento amistoso, que había algo más que la mutua comprensión de dos amigos del alma. Pero él, ante todo, deseaba que ella fuera feliz, aun a costa de sacrificar su vida. Había transcurrido una semana. Evelyn se hallaba con William en uno de los pasillos de la Facultad.
- Evelyn - le decía -, necesito que me digas...
- Sí, William, lo sé, pero suéltame. No me gusta que piensen lo que no es. Tú sabes que no puede ser. Lo siento, William, lo siento de veras. En el fondo, eres un buen chico, pero a mí no me dices nada.
- Estás enamorada de Erich, ¿no es eso?
- Sí, fue por eso por lo que acepté salir contigo, para hacerle reaccionar a él.
- Erich no podrá casarse contigo. No tiene ni un duro, necesita trabaja para costear su carrera. Con él nunca tendrás nada. Conmigo tendrías todo lo que una mujer anhela. Si al menos se hubiera callado...Pero, con todo lo que acababa de decir a Evelyn sólo le producía pena, pena y asco de pensar que hubiera seres tan materialistas.
- ¿Es que no sales con William? - le preguntó Erich viéndola sola en la parada del autobús.
- No.
- ¿Por qué, Evelyn?
- Y me lo preguntas tú... Tú que has tenido tiempo de conocer a tu amigo y saber cómo piensa.
- No es mala persona.
- Pero sí un imbécil. Cree que el dinero lo hace todo en la vida, que ante él no hay mujer que se rinda. No sé cómo has podido pensar que nuestra amistad podía terminar en algo.
- Lo dudé al principio, pero luego, cuando vi que continuabas saliendo...
- Pues ya no nos verás más. No podía disimular la alegría que sintió. En ese momento llegaba el autobús. Él la cogió por el brazo para protegerla de los empujones de los demás viajeros. Evelyn estaba muy aturdida. Aquella proximidad le inquietaba. Sentía un cosquilleo en la sangre y unos enormes deseos de sentirse en sus brazos.
- Evelyn, yo deseaba decirte algo.
- ¿Y a qué esperas, Erich?
- ¿Por qué no lo adivinas?
- Esta bien, pides mi ayuda, ¿no es eso?
- Eso es.
- Pues entonces ya está.
No esperó a que lo dijera, la rodeo con sus brazos y la besó. Ella se dejó. Y así fue cómo él supo que había adivinado bien. Estaba visto que hay algo más importante que el dinero: la felicidad de dos seres que se aman.

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