- ¿Por qué hablas así, Javier? Aquí somos felices. Aquí hemos nacido, nos hemos criado, hemos enterrado a nuestros padres...
- No se puede vivir de recuerdos, compréndelo. Hay que tener horizontes más amplios.
- Pero tú está bien en ese garaje, tienes buenas propinas.
- ¿Crees que pretendo vivir toda la vida de limosna?
- Vives de tu trabajo, y todo trabajo es honroso.
- Todos no; hay muchos que son inmorales.
- Pero el tuyo no lo es. Creo que deberías continuar aquí. Ya tenemos casa para vivir. Otros empiezan con menos.
- Otros. ¡Qué me importan los otros! Maldita comparación. Yo no tengo que ver con nadie, ¿te enteras? Soy distinto, y no me resigno con esta mediocridad.
- ¿Qué piensas hacer entonces?
- Me iré a la ciudad. Allí me abriré nuevo camino y cuando me haya situado, vendré a buscarte.
- Si te vas... no volverás; allí conocerás otras chicas más guapas y mejor vestidas que yo.
- ¿Cómo puedes pensar eso? Javier pasó el brazo por encima del hombro de su novia y la atrajo hacia él.
- ¿Me escribirás todos los días?
- Procuraré hacerlo; pero si alguna vez no lo hago, será por falta de tiempo. Yo continuaré queriéndote como ahora. Nada me separará de ti, te lo prometo.
- ¿Cuándo vendrás a verme?
- En Navidades, y te traeré un hermoso regalo.
- Para mí, lo importante eres tú.
- Voy a ganar mucho dinero, ya verás.
- No necesitamos tanto apra ti y para mí solos... Y cuando tengamos hijos, Dios nos seguirá ayudando.
- Con mujeres como tú no sé llega a ninguna parte; deberías ser más ambiciosa.
- Es que me da miedo, Javier. Así somos felices. Luego, quién sabe.
- ¿Es que no te gustaría llevar trajes bonitos, zapatos, bolsos y joyas como esas que vemos en las revistas, como las chicas que vienen a veranear?
- Pero, ¿tú me querrás más por ello?
- Hombre, yo...
- ¡Javier! - casi gritó -. ¿Es posible que mezcles nuestros profundos sentimientos con esa bagatelas?
- No, mujer. No es eso. pero me gustaría verte como a todas esas señoritingas que vienen por ahí. Me siento acomplejado cuando pasan ante nosotros con ese aire desafiante, como si no fuéramos seres como ellos.
- No deberías preocuparte por ello. Nosotros pertenecemos a otra clase distinta.
- ¿Tú también? Qué clase ni que niño muerto. Ahora ya no hay clases que valgan. Cada persona vale por sí misma, no por ser hijo de papá.
- Debería ser así, pero aún no ha llegado del todo esa época. Hay que reconocer, que los hijos de papá, como tú dices, continúan pintando mucho.
- Tonterías; pues yo me iré de aquí y cuando vuelva les demostraré a todos que no por el hecho de no tener un padre rico, como ellos, soy inferior.
- si no lo eres, Javier. Eres tú, que te empeñas en hacerlos a ellos superiores, que no es lo mismo. Es tu tremendo complejo lo que te obliga a pensar de esa manera.
- Es inútil, Pat; he decidido marcharme y me iré. Será mejor que no trates de retenerme si no quieres que termine aquí amargado, aborreciéndolo todo.
Y tal como se lo había propuesto, Javier se marchó a Barcelona a trabajar a una industria textil.
Patricia esperaba impaciente la llegada del cartero. Los primeros días recibía carta diariamente. Eran unas cartas largas, donde Javier le explicaba el proceso de su trabajo. Le decía también que allí las chicas eran todas las que iban a veranear al pueblo, y que allí no se notaba la diferencia entre pobres y ricos. ¡Pobre Javier! Se dejaba guiar por unas apariencias totalmente falsas en la mayoría de los casos. Al mes de haberse marchado, las cartas empezaron a venir cada dos días. Ya no eran tan largas ni tan expresivas. Decía, entre otras cosas, que estaba seguro de que ahora se podría dirigir sin complejos a cualquiera de aquella niñas bien que ambos conocían, que ya era tanto como todos ellos.
Patricia sintió rabia de la presunción de su novio. Le parecía que estaba obsesionado con todo aquello, y en sus cartas daba la sensación de que ya la encontraba poco para él, pero seguí tan enamorada como el primer día. A los dos meses, eran muchos los días que Patricia esperaba inútilmente la llegada del cartero. Después de largos días de espera llegó una carta para ella, pero ¡qué distinta de las del principio! ¡Cuánto había cambiado Javier en poco tiempo! El, siempre tan apasionado, se mostraba ahora frío. No fue a verla por Navidades, como había prometido. Se disculpó con que, debido al poco tiempo que llevaba trabajando, no le daban permiso. ¡Qué Navidades pasó Patricia! Las más amargas de su vida. Ya no le quedaban lágrimas de tanto llorar. Javier no había roto con ella, pero era peor, ya que le hacía mantener una esperanza falsa. Ella no estaba dispuesta a mantener aquella situación por más tiempo. Le escribió una carta pidiendo que hablase claro, que estaba preparada para todo. El contestó lo que Patricia esperaba hacía tiempo. Que lo sentía mucho, pero que no se encontraba seguro de sus sentimientos, que no quería hacerle daño...¡Qué ironía! Más daño que el que le había hecho ya...Había perdido lo mejor que tenía: la ilusión por vivir. Era su primer desengaño amoroso, pero ¡cómo dolía! Sólo quien pasara por ello podía imaginárselo. Junto a su dolor estaba la lástima de la gente del pueblo que, lejos de consolarla, aún le hacía padecer más. Eso la humillaba terriblemente. Tenía que buscar una solución a su problema. Acababa de encontrarla. Ante ella tenía un periódico con un anuncio. Se solicitaban empleadas para una fábrica de tejidos. Todos los datos que pedían podían ser muy bien los suyos. Probaría suerte. Lo único que sentía era que fuera precisamente en Barcelona. No sentía ningún deseo de tropezarse con Javier. Claro que, siendo una ciudad tan grande, sería difícil encontrarse. No estaba dispuesta a dejar escapar aquella oportunidad. No podía continuar en el pueblo. Su tía, que vivía con ella, puso el grito en el cielo al enterarse, pero Patricia consiguió convencerla de que tan pronto la admitieran la llevaría consigo. No cabía duda de que era valiente. Al principio sintió miedo. La ciudad era demasiado grande para una chica de pueblo como ella. ¡Cuánto lujo llevaban las chicas! Todas le parecían hermosas. Empezaba a comprender por qué Javier se había olvidado de ella. Se pasó dos horas andando. Cuando al fin dio con la fábrica ya habían cerrado. Esperaría a la tarde sin moverse de allí. De hacerlo se expondría a perderse de nuevo, necesitando quizá la tarde entera para volver, y volverían a cerrarla. El anuncio mandaba presentarse de nueve a una o de cuatro a siete. A las cuatro se encontraba medio desfallecida, agotada de cansancio y muerta de hambre, porque estaba sin comer. No sabía si la habían admitido porque les pareció que serviría o porque sintieron lástima de ella. Por fin respiró. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, tendría que estar allí. Lo peor era que aún no tenía pensión. Necesitaba encontrarla cerca; si no, no podía resistirlo. El primer día paró en una fonda de mala muerte que le quedaba próxima pero, una vez que empezó a trabajar, otras compañeras la orientaron y la llevaron a una pensión económica y decente donde paraban otras dos que se encontraban allí sin familia. Lo de llevar a su tía le parecía difícil. Un piso allí no era una broma. Tendría que pasar mucho tiempo antes de poder buscarlo. Todo en la vida es duro al principio, y también lo fue para Patricia. Pero las fatigas le hicieron olvidar un poco sus problemas amorosos. Ahora ya recordaba a Javier como algo pasajero. Claro que si le volviese a ver, ¡quién sabe! Aquel día precisamente recibió carta de una amiga del pueblo, quien le decía que Javier había llegado y había preguntado por ella. También añadía que ahora ya no alternaba con ellas, sino que intentaba hacerlo con las chicas que veraneaban allí. Por lo visto, había conseguido lo que quería. A ella lo que le decían de Javier no le hacía mella. A la media hora de recibir la carta se encontraba haciendo planes con una compañera para salir. Habían ligado con unos chicos y estaban citadas con ellos. Patricia no sentía deseo de enamorarse de nuevo. Le gustaba divertirse, como a toda joven de su edad.
Conoció a Mario en la misma empresa. Era un técnico de la fábrica. Un chico alto, moreno, simpático y abierto. Empezaron a salir juntos como amigos solamente. ella se encontraba a gusto con él y no se detenía a pensar más. Poco a poco, y casi sin darse cuenta, fue enamorándose. Sin embargo, Mario nunca le hablaba de amor. Ella estaba segura de que él sentía por ella la misma atracción, y no aceraba a explicarse por qué se hacía tanto de rogar. Se había citado con él a las siete. Se puso un modelo de tarde minifaldero, camisero de manga larga, zapatos y bolso de charol blanco. Eran las siete y cuarto de la tarde, y él aún no había llegado al lugar de la cita, cosa que sorprendía a Patricia, dado que siempre era puntual. Empezó a impacientarse. No sabía si era sólo porque ya estaba queriéndole demasiado o porque sentía la humillación del plantón. Ya estaba dispuesta a marcharse, cuando... No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Ante ella tenía al mismísimo Javier.
- ¡Hola! - saludó acercándose a ella, a la vez que le tendía la mano.
- Pero, pero...tú, ¿qué haces aquí?
- Contesta tú primero a mi saludo y luego te explicaré.
- Tú y yo no tenemos nada que explicarnos. Que yo sepa, ya nos lo hemos dicho todo. Estaba reaccionando vulgarmente, pero es que estaba irritadísima. Su indignación no tenía límites.
- ¿Es que ya no te interesa verme? - preguntó cínicamente.
- En absoluto - respondió.
Y la verdad es que en aquel momento estaba segura de cuanto decía. Nunca pensó que la presencia de Javier pudiera hacerle tan poca mella. El la miró de arriba abajo.
- Has cambiado mucho - le dijo. La verdad es que estás más hermosa que nunca.
- Sin embargo, tú - contestó irónica - estás igual que siempre. Continúas conservando tu aire de pueblo.
No pudo decir otra cosa que peor le pudiera haber sentado, pero él se mordió la lengua. Patricia le estaba gustando mucho, y Javier no estaba dispuesto a dejarla escapar.
- Creo que será mejor para los dos terminar esta discusión. Vámonos de aquí cuanto antes.
- Lamento decirte que contigo no iré a ninguna parte. No era a ti a quien esperaba.
¿Qué había hecho Javier para que así ocurriese?
- Entonces lo más que te permito es que me acompañes a casa, si lo deseas.
- Patricia, escúchame. Te ruego...
- Pierdes el tiempo. Es demasiado tarde para suplicar perdón. Quizá un poco antes..., pero ahora ya no. Me he enamorado de otro.
- No puede ser cierto. Tienes que estar confundida. No has podido dejar de quererme.
- No seas cretino. Es cierto que te quise, pero ahora ya no. Tú mismo has matado ese cariño. Te he perdonado el daño que me has hecho, pero nunca te perdonaría que trataras de interponerte entre Mario y yo.
- Yo te quiero. Pat, sé que te hice daño, pero estoy dispuesto a repararlo con creces.
- No te esfuerces, Javier, lo siento. Y ahora dime, ¿cómo has hecho para retener a Mario y venir tú en su lugar?
- Le he engañado.
- ¿Cómo te has atrevido? ¿Qué le has dicho?
- No sabía que tú le quisiera. En el fondo estaba convencido de que tus sentimientos hacia mí no habían cambiado.
- Sin embargo, te has equivocado.
- Sí, ya lo veo.
- ¿Cómo has podido dar conmigo?
- cuando estuve en el pueblo me enteré del sitio en que trabajabas. Tengo un amigo en esa empresa.
- ¿Y bien?
- Fue él quien me informó de que tú salias con Mario. Añadió que estaba muy enamorado de ti.
- ¿Qué pasó después?
- Ya hablé con tu...lo que sea. Dije que eras mi novia, que habíamos reñido últimamente y que si salías con él era para darme celos.
- El te creyó, claro.
- ¿Tú que crees?
- Y fue él mismo quien te ayudó a localizarme, cediéndote a ti la cita que él tenía conmigo.
- ¿Cómo lo adivinaste?
Patricia miró a su antiguo novio de manera despectiva. Siempre había temido un encuentro con él, pero ahora que le había visto ya podía estar segura de sus sentimientos. Lo único que ahora la preocupaba era lo que Mario pudiera pensar. Cuando Javier lo vio claro, ya sólo le quedó reconocer que ella tenía razón cuando trataba de retenerle en el pueblo. Es posible que si así fuera ya se hubieran casado y hasta podían tener familia. Había conocido muchas chicas en Barcelona. Lo pasaba bien con ellas, los primeros días, pero terminaba cansado de su superficialidad. Con Patricia - fuera para él o no -, tenía que reconocer que no podía compararse ninguna de todas cuantas había conocido. Pero él no había sabido conservarla.
No pudo dormir en toda la noche. No quería tomar la iniciativa, pero de alguna forma tenía que romper el malentendido con Mario. Al día siguiente era domingo. Se pasó toda la mañana pendiente del teléfono. Al fin sonó. Ella misma se puso al aparato. Reconoció su voz enseguida. Su corazón latía fuertemente. No sabía que fuese tanto el amor que sentía por él.
- Yo...,soy yo. Contestó titubeando cuando al otro lado del hilo preguntaron por la señorita Patricia.
- ¿Te ocurre algo?
- No...,no, nada. Es que...
- ¿No esperabas mi llamada?
- Sí, si la esperaba.
Estaba nerviosísima. No lo había estado tanto ni el día que se presentó para solicitar la plaza.
- Pasaré a recogerte a las siete en punto.
- Está bien. Te espero.
Estuvo una hora justa delante del espejo. Nunca se había arreglado con tanta ilusión a pesar de haber conocido a otras personas interesantes. Estaba guapísima. También a Mario se lo pareció.
- Estas preciosa - le dijo nada más verla.
Ella se ruburizó.
La asió con delicadeza por el brazo y se mezclaron entre la multitud.
- Te debo una explicación y quiero que me oigas.
- También yo a ti.
- No es necesario que me digas nada. Lo sé todo.
- ¿Cómo?
- Tengo un amigo que conocía a..., ¿cómo se llama?
- Javier.
- Eso. El ya me había puesto al corriente de lo ocurrido entre tú y el Javier de marras. Pero, aunque no di ninguna importancia, sí la di al hecho de que él tratar de reanudar sus relaciones contigo. Quería dejarte libre de elegir a quién tú quisieras.
- ¿Y ahora?
- Ahora ya sé a quién has elegido, estoy completamente convencido.
- ¿Estas seguro? - preguntó coqueta.
- Completamente.
- Pues ahora déjame que yo te cuente...
- No, por favor. No perdamos el tiempo en explicaciones vanas, no es necesario. He tenido tiempo de conocerte bastante y saber qué es lo que piensas de todo esto.
- ¡Qué bueno eres, Mario!
- No demasiado, Pat. Lo que ocurre es que...
- ¿Qué? - preguntó anhelante.
- Que te quiero, mi amor, que te quiero mucho...
- ¡Oh, Mario!, cuánto has tardado en decírmelo. Hacía tiempo que lo deseaba.
- Creí que no sería necesario.
- Te equivocas. Y no sólo ha sido necesario una vez, sino que ahora tendrás que repetírmelo hasta que me canse de oírte. Ha transcurrido mucho tiempo y...
- ¿Qué ocurrirá cuando te canses?
- Nunca me cansaré de oírte, cariño.
La atrajo hacia él y, mientras la besaba largamente en la boca, le repetía como en un susurro...
-Te quiero, te quiero...
- Así, Mario... así quiero que sea siempre.
Conoció a Mario en la misma empresa. Era un técnico de la fábrica. Un chico alto, moreno, simpático y abierto. Empezaron a salir juntos como amigos solamente. ella se encontraba a gusto con él y no se detenía a pensar más. Poco a poco, y casi sin darse cuenta, fue enamorándose. Sin embargo, Mario nunca le hablaba de amor. Ella estaba segura de que él sentía por ella la misma atracción, y no aceraba a explicarse por qué se hacía tanto de rogar. Se había citado con él a las siete. Se puso un modelo de tarde minifaldero, camisero de manga larga, zapatos y bolso de charol blanco. Eran las siete y cuarto de la tarde, y él aún no había llegado al lugar de la cita, cosa que sorprendía a Patricia, dado que siempre era puntual. Empezó a impacientarse. No sabía si era sólo porque ya estaba queriéndole demasiado o porque sentía la humillación del plantón. Ya estaba dispuesta a marcharse, cuando... No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Ante ella tenía al mismísimo Javier.
- ¡Hola! - saludó acercándose a ella, a la vez que le tendía la mano.
- Pero, pero...tú, ¿qué haces aquí?
- Contesta tú primero a mi saludo y luego te explicaré.
- Tú y yo no tenemos nada que explicarnos. Que yo sepa, ya nos lo hemos dicho todo. Estaba reaccionando vulgarmente, pero es que estaba irritadísima. Su indignación no tenía límites.
- ¿Es que ya no te interesa verme? - preguntó cínicamente.
- En absoluto - respondió.
Y la verdad es que en aquel momento estaba segura de cuanto decía. Nunca pensó que la presencia de Javier pudiera hacerle tan poca mella. El la miró de arriba abajo.
- Has cambiado mucho - le dijo. La verdad es que estás más hermosa que nunca.
- Sin embargo, tú - contestó irónica - estás igual que siempre. Continúas conservando tu aire de pueblo.
No pudo decir otra cosa que peor le pudiera haber sentado, pero él se mordió la lengua. Patricia le estaba gustando mucho, y Javier no estaba dispuesto a dejarla escapar.
- Creo que será mejor para los dos terminar esta discusión. Vámonos de aquí cuanto antes.
- Lamento decirte que contigo no iré a ninguna parte. No era a ti a quien esperaba.
¿Qué había hecho Javier para que así ocurriese?
- Entonces lo más que te permito es que me acompañes a casa, si lo deseas.
- Patricia, escúchame. Te ruego...
- Pierdes el tiempo. Es demasiado tarde para suplicar perdón. Quizá un poco antes..., pero ahora ya no. Me he enamorado de otro.
- No puede ser cierto. Tienes que estar confundida. No has podido dejar de quererme.
- No seas cretino. Es cierto que te quise, pero ahora ya no. Tú mismo has matado ese cariño. Te he perdonado el daño que me has hecho, pero nunca te perdonaría que trataras de interponerte entre Mario y yo.
- Yo te quiero. Pat, sé que te hice daño, pero estoy dispuesto a repararlo con creces.
- No te esfuerces, Javier, lo siento. Y ahora dime, ¿cómo has hecho para retener a Mario y venir tú en su lugar?
- Le he engañado.
- ¿Cómo te has atrevido? ¿Qué le has dicho?
- No sabía que tú le quisiera. En el fondo estaba convencido de que tus sentimientos hacia mí no habían cambiado.
- Sin embargo, te has equivocado.
- Sí, ya lo veo.
- ¿Cómo has podido dar conmigo?
- cuando estuve en el pueblo me enteré del sitio en que trabajabas. Tengo un amigo en esa empresa.
- ¿Y bien?
- Fue él quien me informó de que tú salias con Mario. Añadió que estaba muy enamorado de ti.
- ¿Qué pasó después?
- Ya hablé con tu...lo que sea. Dije que eras mi novia, que habíamos reñido últimamente y que si salías con él era para darme celos.
- El te creyó, claro.
- ¿Tú que crees?
- Y fue él mismo quien te ayudó a localizarme, cediéndote a ti la cita que él tenía conmigo.
- ¿Cómo lo adivinaste?
Patricia miró a su antiguo novio de manera despectiva. Siempre había temido un encuentro con él, pero ahora que le había visto ya podía estar segura de sus sentimientos. Lo único que ahora la preocupaba era lo que Mario pudiera pensar. Cuando Javier lo vio claro, ya sólo le quedó reconocer que ella tenía razón cuando trataba de retenerle en el pueblo. Es posible que si así fuera ya se hubieran casado y hasta podían tener familia. Había conocido muchas chicas en Barcelona. Lo pasaba bien con ellas, los primeros días, pero terminaba cansado de su superficialidad. Con Patricia - fuera para él o no -, tenía que reconocer que no podía compararse ninguna de todas cuantas había conocido. Pero él no había sabido conservarla.
No pudo dormir en toda la noche. No quería tomar la iniciativa, pero de alguna forma tenía que romper el malentendido con Mario. Al día siguiente era domingo. Se pasó toda la mañana pendiente del teléfono. Al fin sonó. Ella misma se puso al aparato. Reconoció su voz enseguida. Su corazón latía fuertemente. No sabía que fuese tanto el amor que sentía por él.
- Yo...,soy yo. Contestó titubeando cuando al otro lado del hilo preguntaron por la señorita Patricia.
- ¿Te ocurre algo?
- No...,no, nada. Es que...
- ¿No esperabas mi llamada?
- Sí, si la esperaba.
Estaba nerviosísima. No lo había estado tanto ni el día que se presentó para solicitar la plaza.
- Pasaré a recogerte a las siete en punto.
- Está bien. Te espero.
Estuvo una hora justa delante del espejo. Nunca se había arreglado con tanta ilusión a pesar de haber conocido a otras personas interesantes. Estaba guapísima. También a Mario se lo pareció.
- Estas preciosa - le dijo nada más verla.
Ella se ruburizó.
La asió con delicadeza por el brazo y se mezclaron entre la multitud.
- Te debo una explicación y quiero que me oigas.
- También yo a ti.
- No es necesario que me digas nada. Lo sé todo.
- ¿Cómo?
- Tengo un amigo que conocía a..., ¿cómo se llama?
- Javier.
- Eso. El ya me había puesto al corriente de lo ocurrido entre tú y el Javier de marras. Pero, aunque no di ninguna importancia, sí la di al hecho de que él tratar de reanudar sus relaciones contigo. Quería dejarte libre de elegir a quién tú quisieras.
- ¿Y ahora?
- Ahora ya sé a quién has elegido, estoy completamente convencido.
- ¿Estas seguro? - preguntó coqueta.
- Completamente.
- Pues ahora déjame que yo te cuente...
- No, por favor. No perdamos el tiempo en explicaciones vanas, no es necesario. He tenido tiempo de conocerte bastante y saber qué es lo que piensas de todo esto.
- ¡Qué bueno eres, Mario!
- No demasiado, Pat. Lo que ocurre es que...
- ¿Qué? - preguntó anhelante.
- Que te quiero, mi amor, que te quiero mucho...
- ¡Oh, Mario!, cuánto has tardado en decírmelo. Hacía tiempo que lo deseaba.
- Creí que no sería necesario.
- Te equivocas. Y no sólo ha sido necesario una vez, sino que ahora tendrás que repetírmelo hasta que me canse de oírte. Ha transcurrido mucho tiempo y...
- ¿Qué ocurrirá cuando te canses?
- Nunca me cansaré de oírte, cariño.
La atrajo hacia él y, mientras la besaba largamente en la boca, le repetía como en un susurro...
-Te quiero, te quiero...
- Así, Mario... así quiero que sea siempre.
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