Comprendes, ¿verdad, Nicolás?
Nicolás no lo comprendía. Se sentía algo así como herido o lastimado profundamente.
Miró al frente. Por aquella parte de la Plaza Mayor paseaban las chicas. Las amigas de su hermana, aún solteras, muchas chicas con las cuales él se divertía en los clubs y salas de fiestas.
- No te entiendo, Marta. ¿Quieres ser más clara? - se impacientó.
- Llevamos siete años saliendo juntos.
- Bueno, bueno...¿y qué?
- ¿Por qué lo hacemos?
- ¡Caray! - rezongó Nicolás -. Simplemente porque somos buenos amigos. Porque nos entendemos bien. ¿Te falté el respeto alguna vez? Di. ¿Te falté en algo?
- No, es cierto. Pero...tú terminaste la carrera. Dicen por el pueblo que te vas uno de estos días a ocupar tu puesto en el ministerio, en Madrid.
- No me iré hasta dentro de unos meses - refunfuñó Nicolás molestísimo -. Te escribiré desde allá.
- no.
- ¿No?
- No quiero que me escribas. Lo nuestro acaba hoy. Se hallaban en la terraza de una cafetería. Marta Pineda, estaba preciosa aquella tarde de sol, casi etérea. Al menos, Nicolás la veía así.
- No pretendo ofenderte, Nicolás - siguió diciendo Marta con su abrumadora humanidad -. Ni te digo que nuestra amistad acabó aquí. Siempre tendré un buen recuerdo tuyo. Pero sigo pensando que es hora de poner punto final a unas relaciones de este tipo.
- ¿No somos buenos amigos? Yo te cuento todo lo que hago. Tenías diecisiete años cuando empecé a contártelo. Eras, de todas las chicas del pueblo, la que más merecía mi confianza. Empezamos a escribirnos, y mientras estuve estudiando, lo hacía semanalmente. Más tarde, cuando venía de vacaciones...te acompañaba a todas partes.
- Ninguna de esas chicas que ves paseando por la Plaza Mayor piensan - dijo Marta ahogadamente - que te vas a casar conmigo. Yo tampoco. Ellas me dejaron el campo libre porque pensaron que a la hora de buscar mujer, buscarías a una de ellas, no a la hija del alguacil del pueblo.
- ¡Marta!
- ¿No es así?
- Jamás se me pasó por la mente casarme contigo.
- Por eso mismo te digo que se acabó. Podemos seguir nuestra amistad, pero...no saldremos solos nunca más. Ahora tengo que irme. Tengo que dar una clase de matemáticas.
- Marta...
- No, Nicolás. Es mejor así.
- ¿Así? ¿Cómo?
- Separarnos ahora. Sin preguntarnos nada más. Sin ofendernos. Sin menospreciarnos.
Nicolás quedó con la copa en la mano, más triste que furioso.
- Para ya con tus paseos, Nicolás - chilló Daniela enojada -. Hace más de una hora que estás dando vueltas como un león.
- ¿Qué piensas tú de todo lo que te conté?
- Lo que tengo que pensar y nada más. Tiene razón Marta. Te ha llegado la hora de formalizar. A ti te gusta el hogar. Lo lógico es que te cases y tengas hijos, ¿no?
- Si, eso sí. Pero...¿por qué Marta me echa de su lado en el momento que más la necesito?
- Hace siete años que vas con ella cuando estás en el pueblo. Has más de siete años que la escribes, y ella te contesta. Y ahora le participas de tu viaje a Madrid y te quedas tan campante.
- Bueno, bueno. ¿Y qué? ¿No es normal?
- Una pregunta, Nico.
- Hazla.
- ¿Amas a otra mujer?
Nicolás abrió sus negros ojos.
Tenía treinta años, la carrera de económicas terminada y un puesto de trabajo ganado a pulso. La idea de amar a otra mujer no le pasó por la mente.
Era alto y moreno, de ojos negros. Abiertos desmesuradamente en aquel preciso instante.
- Claro que no - refunfuñó.
- ¿Supones que Marta puede estar toda la vida pendiente de lo que tú decidas?
- ¿Pendiente de qué?
- De ti. No es una chica pudiente. Su madre es bordadora, y su padre, alguacil. Ella estudió a base de esfuerzos. Quizá para equipararse un poco a ti.
- Sigo sin entender.
- Marta está enamorada de ti, Nico, ¿eres idiota?
- ¿Enamorada de mi? ¿Y por qué? Jamás en nuestras cartas mediaron frases amorosas. Ni una, puedo jurarlo. Jamás le dije que la amaba.
- ¿Y la amas?
- No lo sé - dijo sordamente -. Me duele que me haya dicho eso. Lo nuestro se acabó.
- Soy mujer - exclamó su hermana ., y actuaría igual si me encontrara en el lugar de Marta. Ahora, ¿quieres dejarme, Nico? Tengo muchas cosas que hacer.
- Estas triste, Marta.
Marta levantó los ojos de la revista que leía.
- ¿Y papá?
- Se ha ido a la cama. Yo voy a terminar esta labor.
- Dame que te ayude.
- No, no. vete a tu cuarto. Pero dime: ¿te ocurrió algo?
- Le he dicho a Nicolás...lo que te dije ayer...
- No sé si has hecho bien.
- Lo hice.
- Pero, Marta, tanto como le quieres.
- ¿Es que por cariño hacia él voy a estar soportando que me cuente todo lo que hace con otras chicas? Es...demasiado cruel, mamá.
- Tal vez a la hora de casarse te prefiera a ti.
- ¡Qué va a preferirme!
Sonó el teléfono en aquel instante.
- ¿Quién puede ser? - preguntó la madre -. Ponte tú. Si preguntan por tu padre, di que ya se acostó.
- Diga.
- Buenas noches, Marta.
¡Aquella voz!
- Buenas, Nicolás.
- Oye, Marta. He pensado bien en lo que me has dicho esta tarde. ¿Puedo preguntarte una cosa?
- Bueno.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué...qué?
- ¿Por qué lo hiciste?
Marta se mordió los labios. Era rubia, esbelta, tenía veintitrés años y resultaba de una sensatez indescriptible.
- ¿Me oyes, Marta?
- Sí.
- ¿Por qué?
- ¿No es lo mejor?
- ¿Para ti o para mí?
- Para los dos. Tú eres libre de elegir tu camino.
- ¿Y tú?
- ¿Yo?
- Sí. ¿Qué camino vas a elegir?
- No sé. Ya veremos.
- Yo era feliz saliendo contigo, contándotelo todo.
Marta abatió los párpados. Tenía unos ojos azules inmensos, de un azul oscuro y a la vez transparente.
- Di, Marta, ¿tú no eres feliz escuchándome?
- Es posible.
- Tiene que haber una razón.
- ¿Otra vez, Nico? Ya te dije...
- Tendrás que decírmelo mañana. A las doce, en la playa. ¿Te parece bien en nuestro rincón de siempre?
No quería.
Pero... ¿podría evitarlo?
Ella era una chica valiente, y cuanto más sincera fuese, mejor. Era su lema.
- Está bien - decidió -. A las doce.
No esperaba encontrar a Daniela en aquel momento.
- Marta.
- Buenos días, Daniela.
- Oye, Marta, aunque no charlamos mucho en el transcurso de estos años, yo siempre supe que estabas aquí y me gustaba verte, primero saliendo y entrando en el instituto y luego dando clases.
Marta no respondió. Sonrió tan sólo.
- ¿Sabes una cosa? Yo, en tu lugar, sería sincera.
Marta se estremeció. Pensaba serlo, pero no imaginó siquiera que Dani desease que lo fuera.
- Sincera...,¿en qué sentido?
- Nicolás estuvo ayer en casa. Se conoce que le dolió tu decisión. Él no lo sabe, pero me parece que está enamorado de ti.
- No lo creas, Dani.
- Estoy segura. Dile que le dejas así, porque tú estás enamorada de él y no quieres perder el tiempo.
Marta se encogió un poco.
- ¿Enamorada de él?
- ¿No lo estás?
- Pero...a ti...¿quién te lo dijo? - se estremeció.
- Ninguna mujer soporta a un hombre tantos años, si no le ama firmemente. No te olvides que también soy mujer. Con más experiencia que tú, te digo que le hables bien claro porque corres el peligro de poner punto y final a estas relaciones.
Bajó la cabeza. Dani le puso la mano en el hombro.
- Sé valiente. Marta, como lo fuiste para soportarlo tantos años.
- Nunca se casará conmigo. Él cree que yo tengo el deber de escuchar todas sus...confidencias.
- Deja de escucharlas y cambia de táctica.
- Es lo que estoy haciendo - cortó -. El se va. Y no habrá más cartas.
- ¿Estás llorando?
Marta sacudió la cabeza y salió huyendo.
Dani sonrió.
Conocía a su hermano. Nicolás era un sentimental. Sin duda, estaba enamorado de Marta.
Hacía un calor sofocante.
Marta cruzó el sendero que conducía a la playa, atravesó las escaleras paralelas a la terraza del Náutico, y bajó con parsimonia a la playa...
En la terraza hubo unas risitas en un nutrido grupo de muchachas muy modernas.
- Ahora tendrás que dejar de salir con Nicolás - dijo una -. El ya ha terminado la carrera. No necesita mascota.
- Se irá a Madrid, y nosotras lo veremos allí - rió otra -, Mientras que la pobrecita se quedará aquí para siempre bajando y subiendo escaleras.
Hubo una risa general.
Entretanto, Marta seguía atravesando la playa. A lo lejos, en una esquina, junto a las rocas, estaba su rinconcito.
¿Cuántas veces se vio allí, en el transcurso de aquellos años, con Nicolás?
- Marta - gritó Nicolás - estoy aquí.
Llegó a su lado y descolgó la bolsa de baño.
- Buenos días, Nicolás.
- ¿Sabes que estoy irritadísimo?
- ¿Por qué?
Descolgó la toalla y la extendió sobre la arena.
- ¿No traes traje de baño? - preguntó Nicolás.
- No pienso bañarme. Tengo clase a la una. Me iré tan pronto como hayamos hablado.
Espero terminar enseguida - dijo gravemente.
Se dejó caer en la arena y puso junto a sí las bolsas de baño y las sandalias.
- Sólo una pregunta, Marta. ¿Por qué hemos de destruir nuestra buena amistad?
- Es hora, ¿no?
- ¿Hora de qué?
- De poner las cartas boca arriba - y con la deliciosa sinceridad que la caracterizaba, añadió -: puedo continuar. Para ti sería estupendo. Para mí cada día más difícil.
- Habrá una razón.
- Siempre hay una razón cuando ocurre una cosa así. La hay. Estoy enamorada de ti, pero soy normal, humana y sensata. Me descomponen unas relaciones sin meta alguna. No puedo amarrarte a una amistad toda la vida. Ni yo la quiero.
- ¡Marta! - exclamó asombradísimo -. ¿Es posible que me ames?
- Sí.
Nicolás sintió la sensación estremecedora de que algo le hormigueaba en el cuerpo. Se tiró sobre la arena y alzó la cabeza para mirar a Marta firmemente.
- ¿Es posible, Marta?
- Lo es. ¿Te envanece eso mucho?
- No lo digas así.
Marta se puso en pie.
- Ya sabes lo que querías saber. Ahora me marcho.
- Pero...¿desde cuándo, Marta?
- No sé. Quizá desde siempre. Dese que empezaste a sacarme a bailar en los bailes de la plaza. O desde que me constaste la primera confidencia.
Nicolás no era capaz de moverse de la arena. Tan asombrado estaba...
- Marta, no te marches.
- Tengo que irme. Adiós, Nicolás.
- Aguarda...
- No.
Nicolás no se movió. Pensó que debía reflexionar sobre aquello.
Estuvo todo el día cohibida y atormentada.
A las nueve de la noche terminaba su última clase. Dejó la casas del juez y salió a la calle.
Fue allí mismo, en el portal de la casa del juez, cuando sintió pasos tras ella.
Se volvió.
- ¡Nicolás! - exclamó - ¿Qué haces aquí?
Nicolás no dijo nada. Nada en absoluto. Se acercó a ella, la asió del brazo y la acercó a su costado.
- ¿Qué haces? - se sofocó Marta.
- No sé. Tengo ganas de hacerlo - dijo Nicolás con una voz muy distinta -. Unas ganas locas. De repente...Buenos, no necesito decirte lo que me está pasando - y muy bajo, metiendo la cabeza bajo la de ella -: ¿quieres casarte conmigo? Tengo un piso en Madrid. Pensaba vivir solo. Pero hoy me entró un deseo loco de vivir contigo allí.
Marta iba a desvanecerse.
Nicolás la arrinconó y la besó largamente en la boca.
Martá lanzó un gemido.
- Yo también estoy enamorado de ti. Enamorado como un loco. No lo sabía. Ahora ya lo sé, ya lo sé...
- Nicolás...
- Ya lo sé, y no sabes qué gusto me da saberlo. Debí de estar ciego. No éramos novios y yo...Yo te consideraba mi novia. Te juro que sí...
Marta apretó su mano y caminó junto a él guardando un silencio emotivo...
viernes, 14 de septiembre de 2012
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