A eso de las cuatro de la tarde, los columpios se convierten en sinfonía, todos chirriando a la vez, con una extrañas armonía en su desincronización. Y a veces, a eso de las doce de la noche, una o dos de la mañana, es uno solo un columpio moroso, como si la persona a bordo tuviera sueño o pesara muy poco.
Yo indagaba: ¿qué padre permite que su hijo esté tan de noche en los columpios? Hay vecinos malacopa, perros sin dueño, incluso algún camello (todo el mundo lo sabe, aunque todos finjan que no). Y el columpio, solitario, imita a las cigarras, como tentando a esos y a otros agentes del mal.
Una tarde, al llegar, me encontré con la vecina de al lado. Casi nunca coincidimos, así que, aprovechando que ninguna de las dos tenía prisa, nos pusimos a hablar. A criticar a otros vecinos, la verdad. Y llegamos a la parte de la educación de los niños y todo eso.
Aproveché y le solté mi manido discurso sobre dejar a los niños en el parque a altas horas de la noche. Ella, en vez de apoyarme de forma entusiasta, palideció. Yo insistí, describí el ruido, me porté empática ("usted que los tiene justo enfrente de la ventana los debe oír más fuerte"), pero ella sólo se mostraba cada vez más nerviosa.
Al final, se me acercó y me dijo al oído:
- Una vez, hará hace un año, me asomé para ver quién era. Yo estaba segura de que era la hija de Claudia, la muchacha de abajo, ya ves es una madre horrible. Y me asomé, te digo. Los columpios están justo enfrente de mi ventana.
Se quedó callada un momento, pero luego continuó:
- Había luna y, además, acababan de poner los faroles nuevos.
Se veía muy iluminado, como cuando es de noche en las películas.
Lo último lo dijo muy bajito:
- Un solo columpio, el de en medio, se movía. Me quedé mirándolo, pensé que alguien se acababa de bajar de un salto, y que pronto se detendría, pero pasó como un minuto y el columpio no perdía fuerza, ni se desviaba por el viento. Entonces mi marido me dijo que dejara de fisgonear, reaccioné y desde entonces no abro las cortinas aunque el columpio me despierte de madrugada.
Nos metimos a nuestras casas sin despedirnos. No sabía si creerle o no pero de todos modos sentía el estómago oprimido. Esa noche, cuando a las dos de la madrugada me despertó el chirrido persistente del columpio, me acordé que el marido de mi vecina murió hace unos diez años.
No me asomé.
Raquel Castro (México)
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