domingo, 19 de julio de 2020

Columpios

  El chirrido de los columpios. Constante,rítmico, casi musical. Los juegos infantiles del barrio en el que vivimos están enfrente de nuestra ventana, así que nos enteramos de cada risa y cada pleito y cada descalabrada. Sólo por el sonido: desde la ventana apenas vemos los árboles que están junto al tobogán, a unos pasos del subeybaja y de los columpios. Pero con eso tenemos para enterarnos,como ya dije, de todo.
  A eso de las cuatro de la tarde, los columpios se convierten en sinfonía, todos chirriando a la vez, con una extrañas armonía en su desincronización. Y a veces, a eso de las doce de la noche, una o dos de la mañana, es uno solo un columpio moroso, como si la persona a bordo tuviera sueño o pesara muy poco.
  Yo indagaba: ¿qué padre permite que su hijo esté tan de noche en los columpios? Hay vecinos malacopa, perros sin dueño, incluso algún camello (todo el mundo lo sabe, aunque todos finjan que no). Y el columpio, solitario, imita a las cigarras, como tentando a esos y a otros agentes del mal.
  Una tarde, al llegar, me encontré con la vecina de al lado. Casi nunca coincidimos, así que, aprovechando que ninguna de las dos tenía prisa, nos pusimos a hablar. A criticar a otros vecinos, la verdad. Y llegamos a la parte de la educación de los niños y todo eso.
  Aproveché y le solté mi manido discurso sobre dejar a los niños en el parque a altas horas de la noche. Ella, en vez de apoyarme de forma entusiasta, palideció. Yo insistí, describí el ruido, me porté empática ("usted que los tiene justo enfrente de la ventana los debe oír más fuerte"), pero ella sólo se mostraba cada vez más nerviosa.
  Al final, se me acercó y me dijo al oído:
- Una vez, hará hace un año, me asomé para ver quién era. Yo estaba segura de que era la hija de Claudia, la muchacha de abajo, ya ves es una madre horrible. Y me asomé, te digo. Los columpios están justo enfrente de mi ventana.
  Se quedó callada un momento, pero luego continuó:
- Había luna y, además, acababan de poner los faroles nuevos.
  Se veía muy iluminado, como cuando es de noche en las películas.
  Lo último lo dijo muy bajito:
- Un solo columpio, el de en medio, se movía. Me quedé mirándolo, pensé que alguien se acababa de bajar de un salto, y que pronto se detendría, pero pasó como un minuto y el columpio no perdía fuerza, ni se desviaba por el viento. Entonces mi marido me dijo que dejara de fisgonear, reaccioné y desde entonces no abro las cortinas aunque el columpio me despierte de madrugada.
  Nos metimos a nuestras casas sin despedirnos. No sabía si creerle o no pero de todos modos sentía el estómago oprimido. Esa noche, cuando a las dos de la madrugada me despertó el chirrido persistente del columpio, me acordé que el marido de mi vecina murió hace unos diez años.
  No me asomé. 

Raquel Castro (México)

sábado, 18 de julio de 2020

La camisa blanca (Rusia)

 Mientras estaba de servicio en su regimiento, un valiente soldado recibió cien rublos que le enviaba su familia. El sargento se enteró y le pidió el dinero prestado. Cuando llegó la hora de pagar, sin embargo, el sargento dio al soldado cien golpes en la espalda con un palo y le dijo: "Yo nunca vi tu dinero. ¡Estás inventando!" El soldado se enfureció y se fue corriendo a un espeso bosque; iba a tenderse bajo un árbol a descansar cuando vio a un dragón de seis cabezas que volaba hacia él. El dragón se detuvo junto al soldado, le preguntó sobre su vida y le dijo: 
- "No tienes que quedarte a vagar en estos bosques. Mejor, ven conmigo y sé mi empleado por tres años."
- "Con mucho gusto, dijo el soldado.
- "Monta en mi lomo, entonces", dijo el dragón.
Y el soldado comenzó a ponerle encima todas sus pertenencias.
- "Oye, veterano, ¿para qué quieres traer toda esa basura?"
- "¿Cómo preguntas eso, dragón? A los soldados nos dan de latigazos si perdemos aunque sea un botón, ¿y tú quieres que tire todas mis cosas?"

 El dragón llevó al soldado a su palacio y le ordenó:
- "Siéntate junto a la olla por tres años, mantén el fuego encendido y prepárame mi kasha!"
El propio dragón se fue de viaje por el mundo durante ese tiempo, pero el trabajo del soldado no era difícil: ponía madera bajo la olla, y se sentaba a un lado tomando vodka y comiendo bocadillos (y el vodka del dragón no era como el de nosotros, todo aguado, sino muy fuerte). A los tres años el dragón regresó volando.
- "Muy bien, veterano, ¿ya está listo el kasha?
- "Debe estar, porque en estos tres años mi fuego no se apagó nunca"
El dragón se comió la olla entera de kasha de una sola sentad, alabó al soldado por su fiel servicio y le ofreció empleo por otros tres años más.
Pasaron los tres años, el dragón se comió otra vez su kasha y dejó al soldado por tres años más. Durante dos de ellos el soldado cocinó el kasha, y hacia el fin del tercero pensó: "Aquí estoy, a punto de cumplir nueve años de vivir con el dragón, todo el tiempo cocinándole su kasha, y ni siquera sé qué tal sabe. Lo voy a probar". Levantó la tapa y se encontró a su sargento, sentado dentro de la olla. "Ay, amigo", pensó el soldado, "ahora te voy a dar una buena; te haré pagar por los golpes que me diste". Y llevó toda la madera que pudo conseguir, y la puso bajo la olla, e hizo un fuego tal que no sólo cocinó la carne del sargento sino hasta los huesos, que quedaron hechos pulpa. Regresó el dragón, comió el kasha y alabó al soldado: "Bueno, veterano, el kasha estaba bueno antes, pero esta vez estuvo aún mejor. Escoge lo que quieras como tu recompensa." El soldado miró a su alrededor y eligió un fuere corcel y una camisa de tela gruesa. La camisa no era ordinaria, sino mágica: quien la usaba se convertía en un poderoso campeón.
 El soldado fue con un rey, lo ayudo en una guerra cruenta y se casó con su bella hija. Pero a la princesa le disgustaba estar casada con alguien de origen tan humilde, por lo que intrigó con el príncipe de un reino vecino y aduló y presionó al soldado hasta que éste le reveló de dónde venía su enorme poder. Tras descubrir lo que deseaba, la princesa esperó a que su esposo estuviese dormido para quitarle la camisa y dársela al príncipe del reino vecino. Éste se puso la camisa, tomó una espada, cortó al soldado en pedacitos, los puso todos en un costal de cáñamo y ordenó a los mozos de la cuadra: "Tomen este costal, amárrenlo a cualquier jamelgo y échenlo a campo abierto." Los mozos fueron a cumplir la orden, pero entre tanto el fuerte corcel del soldado se transformó en jamelgo y se puso en el camino de los sirvientes. Éstos lo tomaron, le ataron el saco y lo echaron al campo abierto. El brioso caballo echó a correr más rápido que un ave, llegó al castillo del dragón, se detuvo allí, y por tres noches y tres días relinchó sin descanso.
El dragón dormía profundamente, pero al fin lo despertó el relinchar y el pisotear del corcel, y salió de su palacio. Miró el interior del saco, ¡y vaya que resopló! Tomó los pedazos del soldado, los juntó y los lavó con agua de la muerte, y el cuerpo del soldado estuvo otra vez completo. Entonces lo roció con agua de la vida, y el soldado despertó. "¡Caray!", dijo. "¡He dormido mucho tiempo!", "Hubieras dormido mucho tiempo más sin tu buen caballo!", respondió el dragón, y enseñó al soldado la compleja ciencia de tomar diferentes formas. El soldado se transformó en una paloma, voló a donde el príncipe con quien vivía ahora su esposa infiel, y se posó en el pretil de la ventana de la cocina. La joven cocinera lo vio. "¡Ah!", dijo, "qué bonita palomita". Abrió la ventana y lo dejó entrar en la cocina. La paloma tocó el suelo y se convirtió en un joven hermoso. "Hazme un favor, hermosa doncella", le dijo, "y me casaré contigo." "¿Qué deseas que haga?", "Consigue la camisa de tela gruesa del príncipe." "Pero él nunca se la quita, salvo cuando se baña en el mar."
El soldado averiguó a qué horas se bañaba el príncipe, salió al camino y tomó la forma de una flor. Pronto aparecieron, con rumbo a la playa, el príncipe y la princesa, acompañados por la cocinera, que llevaba ropa limpia. El príncipe vio la flor y la admiró, pero la princesa adivinó al instante quién era: "¡Ah, debe ser ese maldito soldado, con otra apariencia!". Cortó la flor y empezó a aplastarla y arrancarle los pétalos, pero la flor se convirtió en una mosca pequeñita y sin que lo vieran se escondió en el pecho de la cocinera. En cuanto el príncipe se desvistió y se metió en el agua, la mosca salió y se convirtió en un raudo halcón. El halcón tomó la camisa y se la llevó lejos, luego se convirtió en un joven hermoso y se la puso. Entonces el soldado tomó una espada, mató a su esposa traicionera y al amante, y se casó con la joven y adorable cocinera.

(Kasha es un pudín hecho a base de trigo, avena, sémola y leche)

Historia de Urashima (Japón)


 Urashima vivió,hace cientos y cientos de años, en una de las islas situadas al oeste del archipiélago japonés. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores. Una red y una barquichuela constituían toda la fortuna de la pareja. Sin embargo, el matrimonio veía compensada su pobreza con a bondad de su hijo.
 Y sucedió que cierto día el muchacho caminaba por una de las calles de la aldea, cuando de pronto vio a unos cuantos chiquillos que maltrataban a una enorme tortuga. De seguir de aquel modo mucho tiempo, hubieran acabado por matarla, y Urashima decidió impedirlo. Se dirigió a los chicos, y reprendiéndoles por su mala acción, les quitó la tortuga. Cuando la tuvo en sus manos, pensó dejarla en libertad, y para ello fue hacia la playa. Una vez allí, la llevó a la orilla y la dejó en el mar. Vio cómo la tortuga se alejaba poco a poco y cuando la perdió de vista, Urashima regresó a su casa. Sentía una gran satisfacción por haber librado al animal de sus pequeños verdugos.
 Transcurrió algún tiempo desde aquel día. Una mañana, el muchacho fue a pescar. Tomó el camino que conducía a la playa y cuando llegó puso la barca en el agua, montó en ella y remó hacia dentro. Llevaba largo rato remando y perdió de vista la orilla; decidió echar al agua su red, y cuando tiró para sacarla hacia fuera, notó que le pesaba más que de costumbre. Logró subirla, y con gran sorpresa vio que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo había echado en el mar. Ésta, dirigiéndose a él le dijo que el rey de los mares, que había visto su buen corazón, lo buscaba para conducirle a su palacio y casarle con su hija, la princesa Otohime. A Urashima le entusiasmaban las aventuras y accedió muy gustoso. Juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes y grandes árboles de coral daban sobra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerías. Hacia los asombrados ojos de Urashima avanzó una hermosísima doncella: era Otohime, la hija del rey del mar. Lo recibió como a un esposo y juntos vivieron varios días en una completa felicidad. Todos colmaban al pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo estaba allí.¿Para qué habría de saberlo? No debía importarle. La vida en aquel lugar maravilloso le parecía inmejorable; nunca pudo soñar nada semejante.
Pero sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué será de ellos? Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle de que se quedara junto a ella, pero nada logró. El pescador estaba firme en su propósito. Así pues, prometió devolverlo a su aldea, y con un cortejo numeroso y elegante lo acompañó hasta la playa. Cuando al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, su quería volver a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su acompañamiento se internó en el mar.
Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos, miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo; después recorrió la playa. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas, las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces había ido a jugar; le parecía que su vida en la ciudad del mar había sido un sueño. ¡Qué lejos todo aquello! Entonces encaminó sus pasos hacia su casa; pero cuando entró en la aldea no supo por dónde ir. La encontraba completamente cambiada: no la reconocía. Las casas eran más grandes; tejados de pizarra habían sustituido a los de paja que él había visto. La gente se vestía con vistoso kimonos bordados. Parecía otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo; estaba seguro. La misma playa, las mismas montañas. Sólo las casas y la gente habían cambiado.
Entonces decidió preguntar a unos muchachos en dónde se encontraba la casa del pescador Urashima, puesto que éste era también el nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle; no conocían a tal pescador. Entró en un comercio e hizo igual pregunta al dueño; pero le dijo lo mismo que los chicos: nunca había oído hablar de tal pescador, y eso que creía conocer a todo el pueblo. En esto acertó a pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar por su apariencia. Era conocido por saber mil historias antiguas del pueblo y conocer las vidas de sus antiguos habitantes. Urashima se dirigió a él, por indicación del dueño de la tienda, y le preguntó dónde estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó; se quedó un momento pensativo, y al cabo de un rato dijo que casi lo había olvidado, porque habían pasado más de cien años desde la muerte de aquel matrimonio. Su único hijo, explicó, había salido a pescar un día, y a partir de entonces nadie había vuelto a saber de él. Urashima empezó a comprender: mientras había vivido en la ciudad del mar había perdido ka noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años.
No supo qué hacer, se encontraba completamente solo en un pueblo que, aunque era el suyo, le era absolutamente extraño. Entonces se dirigió a la playa; puesto que había perdido a sus padres, volvería con la princesa Otohime. Pero, ¿cómo llegar a ella? En su precipitación por ver a sus padres, olvidó, cuando se despidieron, preguntarle de qué medio se valdría para volver a verla. De pronto, recordó la cajita que tenía entre las manos, se olvidó de que no debía abrirla, y pensó que, haciéndolo, quizá pudiera ir junto a Otohime.
 Desató sus cordones y la destapó. Al instante salió de ella una nubecilla que se fue elevando, elevando, hasta perderse de vista. En vano Urashima intentó alcanzarla. Entonces recordó la recomendación de la princesa y, de pronto, sintió que sus  fuerzas le abandonaban, sus cabellos encanecían, innumerables arrugas surcaron su piel, su corazón cesó de latir y al fin cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un hombre decrépito, sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.


El tesoro escondido (Gran Bretaña)

 Un campesino muy pobre soñó durante tres noches seguidas que debajo de una roca, cerca de su casa, estaba enterrado un tesoro. En aquel sue...